domingo, 27 de septiembre de 2015

Correr por el solo hecho de correr


Llevo más de 48 horas sin dormir. Primero, porque fui a visitar a mi familia; y segundo, porque tenía que hacer un parcial que debía entregar el miércoles antes de las 23:59 y terminé entregando el jueves a las 06:00.
Mis últimas horas fueron leyendo en variadas posiciones y lugares, escribiendo en la computadora y tomando litros de café que acompañaba con unas tristes pasas de uva. Cuando finalmente realicé la última leída del texto y decido enviarlo a la profesora, el sonido liquidante del despertador anuncia que las horas de sueño finalizaron y que un nuevo día comenzaba.
En ese mismo instante, en el que me levanto del que ha sido mi lugar para apagar la alarma, me doy cuenta que ya es en vano dormir. Sin embargo, en un acto de total resistencia al sentido del tiempo, me acuesto, me enrosco en las frazadas y me duermo.
Nuevamente el teléfono empieza a sonar. En este caso es mi hermana y mi amiga para recordarme que el día arranca y que tengo que ir a trabajar. Salgo de la cama como si hubiese dormido una estación entera y me dispongo a bañarme. El primer desajuste entre cuerpo y espacio se da al intentar agarrar el shampoo. Al extender la mano para tomar el frasco, el pote se resbala y cae dejando circular una porción importante del líquido sobre la bañadera. Mientras el calor de las gotas en la espalda reactivan mis sentidos, veo como una línea de espuma y agua se retira a lo que será su destino: una cañería vieja y probablemente repleta de cucarachas.
Me miró intensamente en el espejo, como intentando arreglar algo. Alguna vez, un amigo me recordó de la importancia del encuentro del ser con su otro yo en el espejo. Veo las marcas de una noche larga y de veintisiete años que amenazan con llevarse los rasgos frescos que hasta el momento conservo.
Me visto, no pienso mucho que ponerme, sé que hace frió y probablemente siga lloviendo todo el día. No me peino, cualquier esfuerzo en mejorar el frizz tendrá escasos resultados. Agarró la mochila, aviso a los encargados de despertarme que ya emprendí el viaje a la oficina y que probablemente los meses próximos siga necesitando de su ayuda para despertarme, al menos si sigo con el mismo empeño de recibirme.
Camino por Laprida hasta que llego a Las Heras y descubro que mis dos colectivos (41 y 118) están en sus respectivas paradas. Nuevamente la sensación de que no va a ser un día  fácil se apodera de mi conciencia. Comienzo a correr con la certeza de que si no lo hago llego tarde, algo que ya sucedió toda la semana. En ese instante,  mi cuerpo reacciona ante una vereda mojada y su posible amenaza de caída. Fito Paez canta en mis auriculares "Y a lo mejor te pegas un porrazo y seguís, y a lo mejor hoy el golpazo no me toca a mí", como una señal de que algo podía pasar si no estaba atenta. En Buenos Aires siempre tenemos que estar atentos porque de lo contrario la masa te aplasta o la ciudad te engaña.
Llego a la esquina y visualizo el semáforo en rojo. Con la certeza de saber que el colectivo ya no se irá subo segura. Viajo parada, la zona de once está levemente descongestinada. Hace frío, veo como por el cielo recorren inmensas nubes grises. Y es ahí, en un colectivo repleto de olores y de gente que al igual que yo llega tarde, en donde me percato de mi insignificante existencia en ese lugar y de que he pasado los últimos ocho años de mi vida corriendo: corriendo un colectivo, corriendo para entregar un parcial, para estudiar o para llegar a horario a trabajar.
En una suerte de satori que me sacude por la espalda, caigo en la cuenta de voy corriendo una maratón sin punto de llegada. Fue como si me hubiese detenido y notado de que nadie me persigue, nadie me acompaña, la carrera que llevo adelante la hago sola. Entonces me pregunto: ¿existe sentido de una carrera sin un par, sin alguien que me persiga, que quiera lo mismo que yo?. Habré llegado a un punto de inflexión en mi recorrido en donde la individualidad en la que me encuentro ya no me basta. ¿Estoy preparada para compartir? ¿o simplemente será momento de abandonar el camino por un instante y detenerse al costado a observar qué sucede?.
No lo sé y seguramente no lo sepa hasta que decida detenerme totalmente y compruebe, desde un costado más tranquilo, lo que realmente sucede. Mientras tanto me reconforto al ver como dos amigos se aman, a mis sobrinas jugando a la pelota, la noticia de un casamiento o el simple regalo de un chocolate.

Semilla GALActica


miércoles, 9 de septiembre de 2015

Ser un troll no era el plan...


Hay personas con suerte: lindas, altas, con cutis envidiable, con novios envidiables; y hay personas que son simples mortales. Como yo. A las que les pasan, habitualmente, cosas inoportunas.
Suelo ser esa clase de chica, por ejemplo, que tarda medio día en acomodar su pelo para ir a una cita y que cuando está camino al encuentro del nuevo Romeo la lluvia aparece en escena. Al estilo del personaje malvado de telenovela mexicana: me moja y me hace llegar al punto de encuentro con un estilo punk poco deseable de volver a ver.
Eso no es todo, soy del tipo de chica que estornuda y por mas que realice distintas maniobras para tratar de sacar todo los restos de mi mucosa siempre algo queda rezagado.
Pero sin duda, una de las cosas más desesperantes que me pasó fue cuando tenía entre ocho o nueve años, antes de tomar la comunión (tal vez era más grande). Todo había empezado días antes cuando jugando con mi sobrino habíamos decidido cortarnos el pelo con una máquina de afeitar. Claro que a quien le cortaban era a mi. El corte fue en la zona del flequillo porque quería parecerme a uno de los personajes de Chiquititas. Empezamos por el medio y después seguimos por los costados, lo que le dio un efecto poco común. Nada prolijo o derecho. Para colmo de todos los males mi pelo era muy enrulado en esa zona, por lo que recreaba un efecto muy de muñeco Troll.
En cuanto mi mamá me vio preguntó, con ojos desorbitados, qué había hecho. No recuerdo qué respondí. Seguro culpé a mi sobrino. Recientemente había descubierto que esa era una forma rápida para salir de los problemas que me aquejaban por aquél entonces.
La mala elección del corte no quedó sólo en la vergüenza familiar- mis hermanas y cuñados me cargaban y era blanco de chistes- sino que se trasladó a la escuela.
En esos días el cura del pueblo había pedido expresamente ir a misa con alguno de los padres y la vela del bautismo. Por suerte mamá había guardado dicho artefacto graso, junto con otros recuerdos de mis primeros años. Entre esta extraña colección (que supongo entenderé cuando tengo mi propio hijo y realice los mismos actos de encajonar recuerdos) se encontraban dientes que el ratón Pérez supuestamente se había llevado, mi primer rulo, el plástico que habían usado para cortar mi cordón umbilical y alguna que otra cosa sin sentido.
Lo cierto es que ese domingo tempranito salimos con mamá camino a la iglesia a escuchar todas las recomendaciones que el cura iba a darnos para emprender este nuevo compromiso.
Una vez en la iglesia, el párroco dio la orden de encender las velas. Recuerdo pelear a regañadientes con mamá para poder sostener la vela, pero de repente todo se iba a ir al carajo y el flequillo iba a ser sólo un recuerdo.
Le quité la vela a mamá y la mire enojada, como diciendo "¿no entendes que voy a tomar un compromiso con el mismísimo Dios por lo que puedo sostener una vela, MI VELA?". Pero la verdad era que tal vez mamá debería haber seguido sosteniendo el objeto blanco con llama despiadada.
Una vez en mis manos comencé a seguir con tanto entusiasmo lo que el cura tenía para decirme de Dios y Jesús, que olvidé lo peligroso que podía ser tener sostener un elemento con fuego en su punta. El primer gesto fue de mirar hacia al costado y arriba, que era justo la dirección donde estaba mi mamá. Mis ojitos intentaban decirle "estás oliendo raro, como yo". Pero mamá estaba tan comprometida con Dios, como yo,  que no me miro.
Sin respuestas, decidí enderezar la mirada. En milésimas de segundos una mano estaba dándome golpes en la cabeza y frente. Y si: llevar la vela, encenderla y tenerla en mi mano había sido un plan peor que el de cortar el pelo con una máquina de afeitar. La mano intentaba apagar el leve fuego que se había iniciado en mi frente. El flequillo estaba ardiendo.
Por suerte mamá había reaccionado a tiempo y se había percatado de que el olor, era a pelo en llamas, y para pena de ella, la que se quemaba era su hija. No sé qué hicimos después, lo que hayamos hecho quedó en mi inconsciente. Supongo que nos fuimos porque si bien el fuego se había extinguido el olor no era posible de disimular.
En fin, he sido la protagonistas de muchos eventos desafortunados. Como estar jugando con una semilla, meterla en el oído y tener que llamar llorando a una de mis hermanas a las doce de la noche, la cual, por suerte mía, pudo sacarla con una pinza de depilar; salir con un chico y que mi pantalón se rompa de punta a punta en la zona de la cola y me deje a bombacha pelada; o la vez que fui a la escuela en bici, volví caminando y me percaté de su ausencia recién al otro día al llegar a la escuela y verla afuera. Cosas que hacen a mi personalidad y sin las cuales seguro sería un poco bastante más aburrida.

Semilla GALActica

jueves, 3 de septiembre de 2015

Las cosas suceden


Para Mamá

Desde la ventana de mi oficina veo una antena a lo lejos. No es la torre Eiffel pero su figura se asemeja. Hoy tengo uno de esos días en los que cualquier lugar sería mejor que el escritorio de mi oficina. El sol está radiante y ya hay olor a primavera. Fantaseo con la idea de una oficina en un punto neurálgico de París en donde lo que vea sea la verdadera torre y no una copia  de la misma.
Recuerdo cuando estuve en aquella ciudad por primera vez. Íbamos caminando con mi compañero de aquel momento. La idea no era, justamente, ir a la Torre, pero la caminata se extendió. El día había arrancado alrededor de las siete con un desayuno en Le Pure café, en una insistencia mía de revivir aquellas películas que había consumido antes del viaje. El café con leche tenía dibujada una carita con una gran sonrisa, como si nos estuviera dando la bienvenida. Recuerdo el calor de un invierno que se iba y una primavera que se asomaba, parecido a Buenos Aires en estos días. Los cuervos en las calles, como si alguien los hubiera puesto estratégicamente ahí, completaba el paisaje que durante meses había soñado.
Después del desayuno fuimos al cementerio Pére Lachaise. Hicimos el recorrido obligatorio: Jim Morrison, Édith Piaf, Oscar Wilde, Chopin, Comte, Balzac, Bourdieu, Abelardo y Eloisa, entre otros. Recuerdo que desde su gigante parque, por primera vez, ví la torre. Era hermosa. Aunque todavía lejana. 
La necesidad inaudita de descubrir París nos llevó al Arco del Triunfo. Hoy lo pienso y tomo consciencia de cuanto se camina en los viajes. Caminar las ciudades es una forma de descubrirlas sin el miedo cotidiano de perderse porque se tiene la certeza de estar en un lugar donde nunca antes se ha estado. Y, por lo tanto, no hay certidumbre de estar perdido. 
El Arco era majestuoso. Nuevamente la vista permitía mirar la ciudad en toda su extensión. El viento cuartaba mi piel. Recuerdo llevar unas calzas bordó y una remera de The Doors, reflejo de que no había dejado mi vestuario al azar. Todo era como lo había leído, mi sonrisa era gigante y no dejaba de marcarse en mi cara.
El almuerzo no fue menos exótico. Como en ese momento ninguno hablaba francés, en inglés le preguntamos al mozo sobre un plato que nos llamó la atención. Debido a que el inglés de él era peor que el nuestro no logramos entendernos, pero como el menú era barato decidimos pedirlo igual. Para nuestra sorpresa, minutos después, teníamos sobre la mesa una bandeja de caracoles. Los cuales comí gustosamente.
Seguimos camino a Notre Dame. Una señora me llamó la atención porque tenía de mascotas a conejos, como si fueran pequeños perros que paseaba con una correa. Simulé la posición de Esmeralda, como en el Jorobado de Notre Dame tocando una pandereta, para la foto. De ahí nos desviamos a las Galerías Lafayette y, no sé cómo, de un giro la torre comenzó aparecer. Estaba comiendo un panqueque gigante, o al menos eso parecía, con mucho nutella y crema. Era hermosa, igual al fondo de pantalla que había mirado todo el año mientras buscaba algún incentivo para ir a trabajar a diario.
No había plan, sólo el deseo mío y de mi compañero de recorrer la ciudad. Todo fue apareciendo de a poco. La tarde comenzó a caer por lo que pudimos ver el sol entrando por cada ranura de la estructura, hasta que la noche nos abrazo y las luces de la torre se prendieron. 
Cuando consideramos apropiado comenzamos a realizar la fila para subir. Lo hicimos por escaleras, el viento era más bravo a medida que avanzábamos pero la experiencia era única por lo que lo valía. 
París me regalaba su esplendor, recordaba párrafos de Rayuela, melodías de Edith Piaf o el "gorrión de Paris" (como la llamaba mi mamá), las charlas que no vivencié de Sastre y Simone de Beauvoir en el Café De Flore como si fuera un personaje más de "Los misterios de París".
En ese momento, el más sublime como real de mi vida, me di cuenta que todo lo que se sueña se cumple. No importa lo lejano que se crea estar de concretar un deseo porque si hay convicción, las cosas suceden. Nunca creí ir a Paris y sin embargo fui porque de chica lo había soñado. Hoy imagino una oficina allá, mi francés no es el mejor, pero no importa. Hoy sigo mirando por mi ventana y me ilusiono con mi versión latinoamericana de la torre mientras un compañero me pasa un mate. Estoy acá pero pronto estaré allá, mientras tanto trazo las rutas de un nuevo recorrido en búsqueda de una nueva ciudad para caminar.


Semilla GALActica

domingo, 30 de agosto de 2015

Temporada de ofertas!!!


Se termina agosto, arranca septiembre y cambia la temporada. Entonces me veo en la obligación de escribir sobre algo que a todas nos gusta (tanto como comer, dormir o los hombres): ir de compras. No importa si lo que se compra es ropa, esmaltes, zapatos, carteras, perfumes o incluso cosas para la casa. Pero la salida "de shopping" genera un estado de satisfacción, similar al que se siente cuando después de un día largo fuera de casa, llegas a tu baño y haces ese pis liberador.
Hay distintos tipos: las planeadas durante toda la semana o el mes para reventar la tarjeta que después no sabes como carajo vas a pagar; la espontánea porque viste algo que te queda DI-VI-NO o una oferta  que no podes dejar escapar;  esa compra impulsiva y despechada que hiciste cuando no estabas de humor porque te enteraste que tu chico te dejo por otra que es más joven, flaca y copada; o cuando te diste cuenta que comiste helado en exceso y tu pantalón preferido no te estaría quedando como antes.
En fin, hay compras para cada momento y estado de ánimo de la vida. Pero lo que es innegable es el placer irreemplazable que genera el momento en que salís del local o del shopping y el viento pega en tu cara y vos en postura de mujer exitosa salís con ambas manos llenas de bolsas de papel.
Este placer desmedido lleva a que muchas veces hagamos cosas impensadas. Como comprar el vestido rojo que vimos en la vidriera y que parece tener un cartel en la espalda que dice soy una bomba sexual. El problema de toda liquidación es que ese vestido rojo solo viene en talle 1 y vos sos 3. Pero eso no te detiene. Como es muy barato y hermoso lo compras igual porque estás segura que en la primavera, temporada de ensaladas, vas a adelgazar. Lo cierto es que nunca bajas el kilito que te tortura, por lo que el vestidito rojo no te va a cerrar en la puta vida y terminas con angustia y decepción regalándoselo a una amiga.
Esto sucede, nuevamente, cuando encontrás unos zapatos stilettos negros, clásicos. De esos que decís VOY A USAR TODA MI VIDA.  ¿Pero qué pasa?. Sos número 37. Todas somos 37. Es como si nuestros padres hubieran utilizado algún método fordista para hacernos porque toda una generación de mujeres calzamos 37.
Entonces entrás al local, buscas tus stilettos negro clásico en 37 y te dicen que no los tienen en tu número. ¡Pero momentito chica! porque en la vida no todo es malo. El muchacho que te atiende te dice que está el mismo en 36. Y comenzas a pensar: ¿lo llevo o no lo llevo?  
De repente aparece el enemigo disfrazado de vendedor copado que te dice:
- ¡Llevalos! Te quedan divinos. Además se estiran.
Y ahí estás mirando como te quedan los zapatos clásicos que el vendedor dice que se estiran y que vos crees que vas usar siempre pero que también no se van a estirar un carajo.
Entonces te entregas al placer desmedido que genera el pasar la tarjeta por el posnet y salís victoriosa con unos zapatos que te van apretar y que seguro te van a cagar una salida.
No importa. Muchas veces hacemos estas cosas que no tienen un por qué. Simplemente nos dan un satisfacción espontánea, el alivio inmediato que finaliza al salir del local y que se convierte en preocupación al mes siguiente en cuanto te llega el resumen de la tarjeta. Pero como siempre dice mi amiga: ¿quién nos quita lo bailado?

Semilla GALActica

domingo, 23 de agosto de 2015

Hablemos del papel higiénico


Ir al supermercado puede ser sumamente estresante y traumático. Éste era un aspecto de la vida que tenía resuelto hasta el momento que decidí terminar con mi ex, ya que era su tarea (la cual, por cierto, disfrutaba mucho). Sólo tenía que esforzarme en hacer la lista justa con todo lo que iba a necesitar para sobrevivir el mes siguiente porque él se encargaba del resto.
Bueno: esa ya no sería mi realidad.
Entonces llego al súper. Me olvidé la lista y decido no agarrar un carrito porque creo que voy a poder llevar todo en la mano. ¡Mentira!. Comienzo a ver productos, marcas, precios y considero que todo me hace falta. Entonces tengo que buscar al sujeto justo con cara de bueno, o al repositor de góndolas indicado, para pedirle que por favor me alcance un carro.
Encontré al sujeto y obtengo mi carro. La idea inicial era gastar lo menos posible y comprar lo más que se pueda, algo que nunca sucede como consecuencia, o efecto, de la inflación. Agarro: yerba, agua, toallitas, dentífrico, galletas, jabón y me doy cuenta que estoy excediendo el peso que voy a ser capaz de cargar.  No me importa, sigo cargando: cervezas, algún snack por si recibo visitas y, de repente, el dilema más grande de todo el recorrido: el papel higiénico. Son miles de colores, texturas, precios, hoja simple, doble hoja, con perritos, con perfume, el que rinde más, el más grande, el infinito...
Ahí estoy con cara de extasiada parada delante de la góndola sin saber cuál será el indicado. Debido a la imposibilidad de abrirlos y probarlos decido comenzar a tocarlos. Los aprieto. Pienso que los más rígidos, en los que los dedos no se hunden tan fácilmente, son los mejores. Evaluó el precio y lo llevó.
Finalmente, después de que se rompa una de las bolsas y haga miles de paradas para descansar las manos, llego a casa y lo testeo. Siempre termino llevando el equivocado, el inconveniente se repite mes a mes (si tuve muchas visitas) o cada dos meses. El error es que soy incapaz de recordar cuál era el que compré el mes anterior y que no superó mis expectativas. He llegado a pensar que soy una consumidora muy exigente en esta clase de productos. Lo malo es que la exigencia no me lleva a anotar o retener en la mente las marcas que ya no debería de comprar.
Hace un tiempo salí con un chico. La primera vez que fui a su casa no tenía papel higiénico en el baño. Para mi suerte, sí había papel, sólo que no estaba en su lugar sino en su mesa de luz. Según comentó, en aquel momento, estaba resfriado o lo había estado. Si bien el producto apareció no puede evitar el malestar de tener que gritar informando que no había papel y cómo íbamos a solucionar semejante catástrofe.
En fin, creo que esa era una señal que claramente ignoré. De nuevo fui a su casa y la escena se repitió. Pero, ante la desconfianza de que eso sucediera, es decir antes de sentarme para hacer pis, verifiqué si había o no papel. Esta vez el producto que tanto me angustia en mis idas al supermercado no estaba presente en ninguna parte de la casa. No había, se había terminado. Después de un tiempo, volví a ir a esa casa pero con pañuelos descartables en la cartera. Finalmente dejé de frecuentar ese lugar.
Un día, mientras estaba en una de mis sesiones de lecturas de poesía, recibí un mensaje del chico de referencia preguntando si quería ir a verlo. Ante mi poco interés decidí no contestar, pero lejos de dejar de insistir, el chico sin  higiénico volvió a escribir. Esta vez el mensaje fue muy claro y escueto, sólo decía "tengo papel higiénico". Había entendido que esa era la información que me interesaba.
No termino de aclarar en mi cabeza si el problema con esto es porque mi ex ya no es quien tiene que tener la responsabilidad de elegir el justo o porque el que fue durante algún tiempo "mi chico" nunca tenía en su baño papel y me exponía constantemente a una situación de inferioridad cuando, agachada con la ropa interior por las rodillas, tenía que caminar hasta la puerta y decirle con tono de enojada que no tenía papel. O, quizás, por el solo hecho de que debo perder quince minutos de mi vida cada vez que estoy frente a la góndola para elegir el correcto porque mi cola es sensible y porque me aterra el pensar que, al limpiarme, el papel puede romperse. Seguramente sea la última. Pero aun no lo sé.

Semilla GALActica

lunes, 17 de agosto de 2015

Un helado y un amor


Decido salir del departamento para acortar el domingo. Hasta ese momento el día había sido poco productivo: el reloj sonó a las 10 y me levanté sin muchas expectativas. Preparé el desayuno con galletas de arroz y té verde (he decidido limpiar mi organismo para recibir purificada mis 27). Busqué el diario que leí mientras desayunaba y luego ordené la habitación.
Mi amiga, alma de Sarmiento, avisó que ya estaba en la biblioteca estudiando. Cancan y vestido de por medio fui para allá. Crucé corriendo Las Heras como si fuera la actriz de Desayuno en Tiffany.  Finalmente llego a encerrarme unas horas en el sexto piso. Estudié tres horas hasta que decidí que era momento de ir a respirar el aire frío del invierno. 
Volví a casa, hice pis y salí hacia la muestra de fotoperiodismo en el Palais de Glace. Fui caminando por el costado del cementerio de la Recoleta para pasar por los bares y mirar algunos chicos. Corro para cruzar hacia Posadas cuando al mirar, hacia una gran cadena de heladerías, veo al rockstar argentino con más ex novias hermosas que puede existir en el país.
Sí, era él: flaco con rulos, hermoso. Era Fito. El amado y querido Rodolfo Páez como un mortal más, (aunque claro, él supo componer Ciudad de Pobres Corazones y Fue Amor) tomando un helado. Lejos de caerse la imagen de artista de rock que tenía en mi cabeza, me quedé parada detrás de la ventana sin poder moverme. No era el primer famoso que cruzaba, ya había visto a los Velvet Revolver en el 2007 en el mismo lugar. Pero esto fue distinto. Fito Páez es el tipo que le supo poner música, letras y canciones a mis estados emocionales. Creo que si alguien me hablaba en ese momento no hubiera tenido voz para contestar. 
Me acuerdo la emoción de cuando fui a su primer recital (estaba con mi ex). Cuando subió Charly, que era su músico invitado, sentí una mezcla de emoción, alegría y congoja en la garganta. Lo mismo me pasó cuando fui al último recital de Los Piojos, con García en el Colón y en mi primer show de Divididos. 
Ante semejante escena mi cuerpo quedó inmóvil mirándolo: era hermoso, simpático, sonriendo con sus rulos. Hasta que miró por el vidrio.
Como una niña que desea el helado que estaba comiendo, comencé a mover la mano en un gesto de hola. Con una sonrisa saludó detrás del vidrio. Giré y seguí caminando en línea recta. 
Entré conmocionada a la muestra. Había visto a Fito Páez y no había sido capaz de entrar a saludarlo. 
Pensé que era una tarada, que debería haberme sacado una foto o haberle preguntado si Fue Amor había sido realmente escrita para Fabiana Cantilo. O qué gusto de helado estaba comiendo. Podría haber dicho muchas cosas pero no dije ninguna. 
Miré la muestra. Recorrí lentamente cada fotografía tratando de evaluar cuál era la mejor para mí hasta que finalmente me fui. No sabía cuánto tiempo había estado ahí porque mi teléfono se había apagado. En realidad, mi teléfono nunca funciona: su pantalla está partida y su batería no dura más de 20 minutos si no tiene un enchufe cerca. Esto permite que últimamente viva mi propio tiempo y no el socialmente establecido o el que dice la radio. Pero todo esto me impide que, si me cruzo con alguien interesante, pueda sacarme una foto.
Lejos de perder cualquier tipo de esperanza realicé el mismo recorrido en búsqueda de alguna señal de mi cantante perdido El tiempo había pasado y él ya no estaba en la heladería. Eso no me angustió, al menos lo ví. Me queda la anécdota.
Así es Buenos Aires: la ciudad de pobres corazones que siempre te sorprende regalándote un salto de plan.


Semilla GALActica








viernes, 14 de agosto de 2015

Esperando los 27

Faltan seis días para celebrar mi natalicio. La ansiedad, mala, muy mala compañera, hace que llene mi cabeza de expectativas y deseos sobre posibles sorpresas para ese día. 
Mientras tanto, no puedo dejar de pensar en como serian los días previos a mi aparición en este mundo. Cómo me esperarían, qué tipo de sensación experimentaría mi madre, como se comportaría papá y qué harían mis hermanas.
Lo cierto es que soy un escape de la naturaleza, la cantidad justa de fluido traspaso la grieta y de ahí en más yo, la existencia. Más o menos de esta forma me lo contaron mis padres, yo se lo conté a mi psicólogo (quien no pudo evitar soltar una risa) y básicamente a todo aquel que pregunta. No fui buscada, pero no me quejo. De ese error paternal salí, algo así como "error y luego existo".
Desde ese día 20/08/1988, mi destino ha sido no pasar desapercibida. Mis hermanas nacieron por parto natural, yo por cesárea, ellas heredaron una piel suave y pálida, la mía es áspera y morena, ellas se quedaron cerca del seno familiar, mientras que yo realice bastantes esfuerzos para irme lejos.
Según mis hermanas y padres, una enfermera, a la que pienso como regordeta y de mal humor, me llevo a la sala de espera para que me conozcan. Nadie se animo a agarrarme. Era horrible, claro recién nacida, roja tirando a morado, una perfecta combinación de colorado y negro, peludita y pequeña.Ya pasaron 26 años, 11 meses y algunos días desde ese primer contacto poco exitoso con el mundo.
Sin embargo, últimamente, he anhelado volver al útero materno, pero en un intento de autoconvencerme de que nada es tan grave, como siempre señala una amiga, me digo que "hay que salir de la zona de confort". Esto sería, algo así como no volver al útero. Primero porque biológicamente seria imposible y segundo porque no creo que mi madre este conforme con llevarme nuevamente en su vientre.
Desde los 25 empece a explorar e indagar mucho más todo, no es que camino sobre brazas de fuego ardiendo constantemente, pero trato de absorber todo tipo de experiencia que se me cruza. A pesar de esto, hay cosas que me preocupan. Estoy en el trance de no ser completamente vieja, pero tampoco tan joven. Sería una especie de miércoles de la edad, el gris, el medio. 
Se supone que  hay ciertas cosas que ya no deberían de pasar como emborracharte un martes sin que el miércoles, al levantarte para ir a trabajar, te preguntes porque carajo tomaste tanto, despertar en la casa de una amiga sin saber como llegaste o el uso excesivo de calzas que te marcan descaradamente la zona púbica. En un intento de evitar la realidad, empiezo a realizar comportamientos raros como entrar a tiendas de ropa para adolescentes -ropa que por cierto me encanta- pero con el pudor de no poder probarme nada.  Esto sucede desde aquella vez que le dije a una vendedora que las mangas del sweater, que intentaba venderme, eran cortas y de que ella respondiera con tono poco amable, tirando a burlón, que considerará que "esa ropa era para adolescentes". Desde ese momento entró, compró y simuló - si me preguntan- que busco un regalo para mi sobrina. 
Otra cosa que me preocupa es la gravedad, si la maldita y despiadada gravedad. El miedo a que todo se caiga. Anoche mientras cenaba, un amigo me dijo que el hombre es un animal de fuerza, entonces esta fibrosamente preparado para evadir la gravedad. Algo que no me estaría pasando primero porque soy mujer y segundo porque, últimamente cuando no recuerdo los efectos de la gravedad, opto por comer y estar llenita de experiencias. En fin no sé que sorpresas o efectos de gravedad traerán estos 27, pero por el momento los espero con muchas ganas y ansiedad.

Semilla GALActica


martes, 11 de agosto de 2015

Lo que no debería de pasar un lunes

Una amiga me dijo que escriba de la lluvia y de los lunes...

Los lunes suelen ser traumáticos, son la sinestesia de saber que los sueños programados para el fin de semana no se cumplieron y que nuevamente se debe esperar una semana más para que, tal vez, puedan realizarse. Es como un reloj de arena que el domingo a las 23:59 comienza a girar para que nuevamente toda la arena quede deposita en un lado y empiece a caer otra vez lentamente.
Hoy estoy en unos de esos días esponjosos. En Buenos Aires llueve hace varios días y la velocidad con la que corren las nubes grises me lleva a creer que va a seguir así un tiempo más. Entonces, van a ser días en los que mis pies van a estar mojados, mis pelos inflados, al estilo Hermione Granger, el pantalón va absorber toda la humedad del piso y seguro que pise alguna baldosa floja que terminará salpicando toda mi ropa con agua sucia.
En un intento de cambiar mi suerte salgo de mi departamento, me levante a las 06:30. Cruzo al Starbucks más cercano y desayuno mirando por la ventana como la gente se moja, realidad que pronto voy a experimentar cuando tenga que salir a tomar el colectivo.
Escucho Scissor Sister, una banda que siempre me pone de buen humor. Me siento olor a perro, no sé si es un efecto de días prolongados de humedad o si es consecuencia de mi nueva huésped. Hace unos días cuido la perra de mi primo.
Mientras sigo mirando por la ventana pienso en todas las cosas que hoy no deberían de pasarme.
1- Ningunos de mis compañeros de oficina debería de señalar que hay olor a perro. Si esto sucede, debería de montar una estrategia para disimular que la que tiene ese olor soy yo.
2- No debería de pisar caca de perro. Experiencia por la que habitualmente me veo expuesta por no mirar por donde camino.
3- No debería de comer más carbohidratos que los que ingerí en el desayuno.
4-  No debería de cruzar a mi jefe, hasta que haya podido controlar mi pelo
5- Y la más importante y fundamental de todas. No debería de agarrarme dolor de panza
Todos tenemos algún órgano o parte del cuerpo que a veces nos juega una mala pasada. Bueno, últimamente los míos parecen ser los intestinos. No puedo estar nerviosa porque la panza empieza a realizar ruidos como si fuera un barco llegando al puerto. Si estoy por dar un examen, seguramente una semana antes de rendir, comience a sentir que voy a morir por una inflamación intestinal y termine en una guardia rogando que me dejen en observación. Si como mucha verdura de hoja seguramente voy a tener largas jornadas en el baño, algo que no tendría que suceder ahora ya que mi oficina no tiene baño y tengo que bajar dos pisos.
No me gustan los días de lluvia, creo que es un efecto de la edad. Cuando vivía en mi ciudad disfrutaba de paseos en bicicleta debajo de la llovizna, hoy estar húmeda y pegajosa me molesta.
En fin, en un acto de valentía salí del Starbucks y subí al 41. Ya llegue a la oficina, nadie me sintió olor a perro mojado, mis pelos lucen glamorosamente desprolijos, aun no hay señales de dolores de panza y mi jefe nos trajo chocolates y bizcochos. Tal vez este lunes no sea tan grave, sino, más bien, el inicio de lo que serán las fantasías de fin de semana.
Semilla GALActica

domingo, 9 de agosto de 2015

El día que fuimos Claudia Schiffer y Naomi Campbell


Hay distintos grupos de amigos, los que llamas para cenar, con los que salís a tomar algo, bailar y si pinta chamuyas y amigos con los que te juntas pura y exclusivamente para deprimirte. Eso, deprimirnos, eso hacíamos con Eli. 
Primero sólo un viernes de vez en cuando, en los que nos juntábamos con la excusa de cocinar juntas. Algo que nunca pasaba porque siempre era una la que cocinaba mientras la otra hablaba. Pronto fue todos los viernes, como para hablar de la semana. Y al final ya nos veíamos los viernes, todos los viernes y también hubo semanas en que nos juntamos los martes.
Y sí, ahí estábamos. La de treinta y la de casi treinta, en charlas altamente ambiciosas, irracionales e impensadas como también monotemáticas. Nos negábamos a cambiar de tema, entonces siempre las charlas eran sobre hombres, nuestros hombres, que nos llevaba a las cuestiones del amor, por qué no nos quieren, el sexo, el buen sexo (que creíamos tener con ellos) para pasar por la familia y el por qué elegimos mal.
Me pregunto cómo podíamos, cómo lo hacíamos, horas y horas hablando de lo mismo con el mismo entusiasmo como si estuviéramos por descubrir la cura a una enfermedad. Pero sí, ahí estábamos, enredadas en una cuestión que por momentos creíamos tener resuelta, hasta que pum el cuerpo imprime acción y volvíamos a mandar un mensaje para volcarnos a lo más animal que todos tenemos, el deseo sexual. 
Fue un martes, las dos estábamos muy por el piso, y decidimos ir a la Plaza Borges. Como dos mujeres valientes, salimos de la cueva y afrontamos el mundo. Sentadas en la fuente de la plaza comiendo unos chipá postbajón, algo impensado nos paso. 
Hacia unos días había tenido ganas de ver a mi ex, entonces había mandado un mensaje que por supuesto fue respondido pero no como yo quería. Todo había arrancado el sábado, en donde con unas copas de más decidí mandar un whatsapp con un “Hola. Cómo estas?. Lejos de ser desatento, me contesto, tres horas después con un “Hola. Bien”. Ante tan cortante respuesta pude darme cuenta que mi ex, ya era ex–ex. Me había superado.
La angustia de la revelación me llevo a comerme una bolsa y media de chipa. Eli, trataba de escucharme y de vez en cuando dar su perspectiva. Pero nada me consolaba,  el chico que yo había dejado me había superado antes de que pudiera entender por qué le había cortado.
Fue esa tarde, con Eli, mis bolsas de chipá, mi buzo de polar rosa, mis pelos totalmente alterados por la humedad de Buenos Aires y en la que me sentía totalmente horrible,  cuando el morocho más lindo de toda la plaza cruzo por delante de nosotras e intercambiamos miradas. No era cualquier mirada, era de las intensas, de esas que generan pensamientos que queman.
Le pregunte a Eli si había visto eso, pero claro no estábamos muy racionales, entonces contesto que no. Nos levantamos de la fuente, con algo más de calorías en nuestros glúteos y abdomen y salimos caminando hacia Córdoba. Cuando estamos pasando por un local de venta de ropa para hombre, de esos que en Palermo están de moda, dos estereotipos de modelo masculino de Calvin Klein, nos dijeron “Hola hermosas”. Seguimos caminando derechas, como si fuéramos Claudia Schiffer y Noami Campbell en la pasarela de Valentino. Llegamos a la esquina, y Eli con una sonrisa tan grande como desorientada, casi que daba miedo, me dijo:
-Viste eso… estaban tremendos.
Lejos de acordarme de mi ex, que ahora era ex-ex, de su rechazo, de las calorías que había ingerido, de lo horrible que me sentía, de que no me peinaba en días, la mire y muy seria le dije:

-Si, tremendo. Al final… capaz que no somos tan feas. 

Semilla GALActica

viernes, 7 de agosto de 2015

Evadiendo Boludos #

Hace un tiempo leyendo García Marquéz una de sus frases quedó en mi. Esa frase era "evadiendo escollos". En ese momento, verano de 2015, me pareció interesante. Pensé, si es una linda manera de representar el andar. Uno siempre va evadiendo cosas, obligaciones, dolores, amores, humillaciones, dificultades y problemas.
A pesar de eso, de quedarme grabada, me pareció un poco cliché, como diría aquella vieja profesora de Taller de Periodismo.
Sin embargo, hoy, ya invierno y entrando en los que serán mis próximos quince días más caóticos (se viene mi cumple veintisiete),  me doy cuenta que la frase quedó en mi porque iba a encontrarle o darle, en este caso, un sentido propio. En realidad, lo que se ha querido decir, o más bien como yo lo interpreto, es que vamos "evadiendo boludos". O al menos así debería de ser para mi.
Ellos son iguales que nosotras, indecisos, sufridos, sensibles, sólo que disfrazados de hombres.
Socialmente, durante años, hemos construido al hombre como duro, sin capacidad de sentir, como los que no lloran por amor o por una mujer. Hoy esa construcción esta diluyéndose. ¿Por qué? porque ya les hes imposible sostenerla.
Hoy el hombre esta logrando contactarse con su luz interna. Al generarse esa conexión debe dejar de responder al deber ser. Su lado más humano, más sensible se pone en acción. Si, el hombre hoy esta más libre y se permite sentir. Sólo que esta liberación aún sigue siendo privada. Falta mucho para su verdadera liberación, la pública.
Debido a este cambio la categoría de "hombres" quedaría en desuso y aquí, a mi entender nuevamente, surge el problema de pretender explicar fenómenos actuales con categorías viejas. Es entonces y por el momento que a falta de una nueva categoría (que pensaré en otra instancia) es que surge la necesidad de llamarlos "boludos".
Por lo tanto, lo que deberíamos saber, es que esta nueva generación de "hombres boludos" se encuentra en la discusión de comportamiento privado/publico. Es por esto y porque no logran establecer qué de estos comportamientos pueden ser públicos, que terminaran comportándose como "boludos". Por lo siguiente:
*Nunca va a llamar. Si lo hace, estará borracho o con sus amigos.
*Tratará de que la hembra inicie las conversaciones.
*Dirá que no quiere "una novia"
*Dirá que "vos tranqui" hagas la tuya
*Desaparecerá los viernes o sábados a la noche
*Si su equipo de fútbol pierde, estará de mal humor.
*Si su equipo de fútbol pierde una final, estará de mal humor y triste (casi a llorar, pero no lo hará delante de la hembra)
*Se quejará de estar gordo, pero seguirá tomando cerveza o vino y comiendo asado con sus amigos.
*Desaparecerá una semana si la hembra dice que "cree quererlo"
*Constantemente intentará dejarte diciendo que cree que es lo mejor para vos porque estas "muy enganchada" (como si pudiera percibir tus pensamientos/sentimientos)
*Finalmente dirá que si te ve "se confunde más" y que por eso a decidido dejarte por whatsapp.
Lo cierto es que estos "hombres boludos":
 *Se enganchan
*También "creen querernos"
*Ponen canciones tristes (como "Cuando te conocí" de Calamaro) y las cantan
*Se preguntan por qué no les escriben
*Si habrán estado bien en el sexo
En fin, son = a nosotras, con los mismos miedos y dudas existenciales. Lo importante de esto es saber que hasta que dejen de cuestionar lo público/privado, la hembra deberá de aguantar una cuota de boludismo. Después de todo, chicas recuerden que "ese" "hombre boludo" no es el que queremos para casarnos. El secreto, estará entonces en esquivar los boludos justos hasta cruzar el indicado.


Semilla GALActica