Llevo más de 48 horas sin dormir.
Primero, porque fui a visitar a mi familia; y segundo, porque tenía que hacer
un parcial que debía entregar el miércoles antes de las 23:59 y terminé
entregando el jueves a las 06:00.
Mis últimas horas fueron leyendo en
variadas posiciones y lugares, escribiendo en la computadora y tomando litros
de café que acompañaba con unas tristes pasas de uva. Cuando finalmente realicé
la última leída del texto y decido enviarlo a la profesora, el sonido
liquidante del despertador anuncia que las horas de sueño finalizaron y que un
nuevo día comenzaba.
En ese mismo instante, en el que me
levanto del que ha sido mi lugar para apagar la alarma, me doy cuenta que ya es
en vano dormir. Sin embargo, en un acto de total resistencia al sentido del
tiempo, me acuesto, me enrosco en las frazadas y me duermo.
Nuevamente el teléfono empieza a
sonar. En este caso es mi hermana y mi amiga para recordarme que el día arranca
y que tengo que ir a trabajar. Salgo de la cama como si hubiese dormido una
estación entera y me dispongo a bañarme. El primer desajuste entre cuerpo y
espacio se da al intentar agarrar el shampoo. Al extender la mano para tomar el
frasco, el pote se resbala y cae dejando circular una porción importante del
líquido sobre la bañadera. Mientras el calor de las gotas en la espalda
reactivan mis sentidos, veo como una línea de espuma y agua se retira a lo que
será su destino: una cañería vieja y probablemente repleta de cucarachas.
Me miró intensamente en el espejo,
como intentando arreglar algo. Alguna vez, un amigo me recordó de la
importancia del encuentro del ser con su otro yo en el espejo. Veo las marcas
de una noche larga y de veintisiete años que amenazan con llevarse los rasgos
frescos que hasta el momento conservo.
Me visto, no pienso mucho que ponerme,
sé que hace frió y probablemente siga lloviendo todo el día. No me peino,
cualquier esfuerzo en mejorar el frizz tendrá escasos resultados. Agarró la
mochila, aviso a los encargados de despertarme que ya emprendí el viaje a la
oficina y que probablemente los meses próximos siga necesitando de su ayuda
para despertarme, al menos si sigo con el mismo empeño de recibirme.
Camino por Laprida hasta que llego a
Las Heras y descubro que mis dos colectivos (41 y 118) están en sus respectivas
paradas. Nuevamente la sensación de que no va a ser un día fácil se
apodera de mi conciencia. Comienzo a correr con la certeza de que si no lo hago
llego tarde, algo que ya sucedió toda la semana. En ese instante, mi
cuerpo reacciona ante una vereda mojada y su posible amenaza de caída. Fito
Paez canta en mis auriculares "Y
a lo mejor te pegas un porrazo y seguís, y a lo mejor hoy el golpazo no me toca
a mí", como una señal de que algo podía pasar si no estaba atenta. En
Buenos Aires siempre tenemos que estar atentos porque de lo contrario la masa
te aplasta o la ciudad te engaña.
Llego a la esquina y visualizo el
semáforo en rojo. Con la certeza de saber que el colectivo ya no se irá subo
segura. Viajo parada, la zona de once está levemente descongestinada. Hace
frío, veo como por el cielo recorren inmensas nubes grises. Y es ahí, en un
colectivo repleto de olores y de gente que al igual que yo llega tarde, en
donde me percato de mi insignificante existencia en ese lugar y de que he
pasado los últimos ocho años de mi vida corriendo: corriendo un colectivo,
corriendo para entregar un parcial, para estudiar o para llegar a horario a
trabajar.
En una suerte de satori que me sacude
por la espalda, caigo en la cuenta de voy corriendo una maratón sin punto
de llegada. Fue como si me hubiese detenido y notado de que nadie me persigue,
nadie me acompaña, la carrera que llevo adelante la hago sola. Entonces me
pregunto: ¿existe sentido de una carrera sin un par, sin alguien que me
persiga, que quiera lo mismo que yo?. Habré llegado a un punto de inflexión en
mi recorrido en donde la individualidad en la que me encuentro ya no me basta.
¿Estoy preparada para compartir? ¿o simplemente será momento de abandonar el
camino por un instante y detenerse al costado a observar qué sucede?.
No lo sé y seguramente no
lo sepa hasta que decida detenerme totalmente y compruebe, desde un costado más
tranquilo, lo que realmente sucede. Mientras tanto me reconforto al ver como
dos amigos se aman, a mis sobrinas jugando a la pelota, la noticia de un
casamiento o el simple regalo de un chocolate.
Semilla GALActica
A veces detenerse es necesario.Comenzar de nuevo y replantearse objetivos y direcciones.
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