martes, 2 de febrero de 2016

No abandones la bermuda




Son las dos y diez de la mañana de martes que recién comienza. Siento el olor a verano que ingresa por la ventana, camino hasta la cocina, agarró una botella con agua y me siento a tomar en el balcón. Mientras intento reflexionar sobre lo que fue mi año, y lo que debería de haber sido, comienzo a escuchar a mi vecina. Estoy casi segura que es mi vecina, pero todavía no puedo saber si realmente esa voz pertenece a alguien de mi edificio o es de alguien de los aledaños.
Dos cosas aprendí desde que vivo en este edificio: a las trece y treinta el sol ingresa por todas las ventanas iluminando todos los espacios, y que los fines de semana, alrededor de las once am, mi vecina comienza a tener un concierto para nada interesante de gemidos. Estos mismos son los que interrumpen mis pensamientos. Me pregunto si la generadora de estos sonidos de placer es la misma que corta los silencios aburridos de los domingos al mediodía o si simplemente es otra vecina la cual está cruzando la línea de la realidad hacia la del placer. Lo cierto es que los ruidos desconcentran mis pensamientos, pero me esfuerzo por retomarlos.
Estoy pensando sobre lo que me pasó durante la tarde y en cómo el tiempo nos modifica. Ese día, alrededor de las siete de la tarde había llegado a mi casa, agarrado a mi nuevo amigo canino y a habíamos ido a caminar por Santa Fe. Suelo caminar bastante porque me permite poner mi mente en un estado flotante, lo que no imaginé era que al llegar a Ecuador iba a encontrar a un viejo amigo que hacía mucho no veía, el mismo que me había explicado la Revolución Rusa, lo que era un soviets y la importancia de la militancia universitaria.
Iba, nuevamente, en este estado que llamó flotante, cuando al mirar al frente nos encontramos, estaba hablando por teléfono, casi no me dí cuenta que era él, pero se ve que él ya me había visto porque aflojó el paso, me miró y preguntó cómo estaba. Todo esto mientras seguía hablando por teléfono, las bocinas sonando, la gente empujándonos para lados distintos y yo intentando no poner cara de asombro. El encuentro fue eso, un suspiro, un "hola, cómo estás" y un roce de mejillas. Sin embargo, mientras me alejaba porque el ritmo mismo de la calle y de la gente en plena hora pico me lo exigía, seguía pensando en cuando habíamos dejado de vernos, cuando había sido la última vez que charlamos, qué nos habíamos preguntado cómo estábamos.
No me quede en la nostalgia del pasado, pero si me repercutió el presente. Aquel mismo chico de pelo largo que estudiaba políticas y viajaba en los veranos a Bolivia, era el mismo que pasos atrás me había saludado sin poder soltar su dispositivo tecnológico, el mismo que ya no usaba remeras de Ac Dc y bermudas sino que ahora vestía camisa y pantalón de vestir.
Los ruidos de mi vecina ya cesaron, lo que me permitió reflexionar en silencio. No sé qué paso en este tiempo en su vida, pero sí sé que me gustaría que si alguno de ustedes me cruzará después de mucho tiempo, sientan que mi esencia sigue siendo la misma, que la espontaneidad y la desfachatez aun me acompañan y ojala que todo eso sea usando short y ojotas. Porque en el fondo, nadie quiere crecer....

Semilla GALActica

No hay comentarios:

Publicar un comentario