miércoles, 9 de septiembre de 2015

Ser un troll no era el plan...


Hay personas con suerte: lindas, altas, con cutis envidiable, con novios envidiables; y hay personas que son simples mortales. Como yo. A las que les pasan, habitualmente, cosas inoportunas.
Suelo ser esa clase de chica, por ejemplo, que tarda medio día en acomodar su pelo para ir a una cita y que cuando está camino al encuentro del nuevo Romeo la lluvia aparece en escena. Al estilo del personaje malvado de telenovela mexicana: me moja y me hace llegar al punto de encuentro con un estilo punk poco deseable de volver a ver.
Eso no es todo, soy del tipo de chica que estornuda y por mas que realice distintas maniobras para tratar de sacar todo los restos de mi mucosa siempre algo queda rezagado.
Pero sin duda, una de las cosas más desesperantes que me pasó fue cuando tenía entre ocho o nueve años, antes de tomar la comunión (tal vez era más grande). Todo había empezado días antes cuando jugando con mi sobrino habíamos decidido cortarnos el pelo con una máquina de afeitar. Claro que a quien le cortaban era a mi. El corte fue en la zona del flequillo porque quería parecerme a uno de los personajes de Chiquititas. Empezamos por el medio y después seguimos por los costados, lo que le dio un efecto poco común. Nada prolijo o derecho. Para colmo de todos los males mi pelo era muy enrulado en esa zona, por lo que recreaba un efecto muy de muñeco Troll.
En cuanto mi mamá me vio preguntó, con ojos desorbitados, qué había hecho. No recuerdo qué respondí. Seguro culpé a mi sobrino. Recientemente había descubierto que esa era una forma rápida para salir de los problemas que me aquejaban por aquél entonces.
La mala elección del corte no quedó sólo en la vergüenza familiar- mis hermanas y cuñados me cargaban y era blanco de chistes- sino que se trasladó a la escuela.
En esos días el cura del pueblo había pedido expresamente ir a misa con alguno de los padres y la vela del bautismo. Por suerte mamá había guardado dicho artefacto graso, junto con otros recuerdos de mis primeros años. Entre esta extraña colección (que supongo entenderé cuando tengo mi propio hijo y realice los mismos actos de encajonar recuerdos) se encontraban dientes que el ratón Pérez supuestamente se había llevado, mi primer rulo, el plástico que habían usado para cortar mi cordón umbilical y alguna que otra cosa sin sentido.
Lo cierto es que ese domingo tempranito salimos con mamá camino a la iglesia a escuchar todas las recomendaciones que el cura iba a darnos para emprender este nuevo compromiso.
Una vez en la iglesia, el párroco dio la orden de encender las velas. Recuerdo pelear a regañadientes con mamá para poder sostener la vela, pero de repente todo se iba a ir al carajo y el flequillo iba a ser sólo un recuerdo.
Le quité la vela a mamá y la mire enojada, como diciendo "¿no entendes que voy a tomar un compromiso con el mismísimo Dios por lo que puedo sostener una vela, MI VELA?". Pero la verdad era que tal vez mamá debería haber seguido sosteniendo el objeto blanco con llama despiadada.
Una vez en mis manos comencé a seguir con tanto entusiasmo lo que el cura tenía para decirme de Dios y Jesús, que olvidé lo peligroso que podía ser tener sostener un elemento con fuego en su punta. El primer gesto fue de mirar hacia al costado y arriba, que era justo la dirección donde estaba mi mamá. Mis ojitos intentaban decirle "estás oliendo raro, como yo". Pero mamá estaba tan comprometida con Dios, como yo,  que no me miro.
Sin respuestas, decidí enderezar la mirada. En milésimas de segundos una mano estaba dándome golpes en la cabeza y frente. Y si: llevar la vela, encenderla y tenerla en mi mano había sido un plan peor que el de cortar el pelo con una máquina de afeitar. La mano intentaba apagar el leve fuego que se había iniciado en mi frente. El flequillo estaba ardiendo.
Por suerte mamá había reaccionado a tiempo y se había percatado de que el olor, era a pelo en llamas, y para pena de ella, la que se quemaba era su hija. No sé qué hicimos después, lo que hayamos hecho quedó en mi inconsciente. Supongo que nos fuimos porque si bien el fuego se había extinguido el olor no era posible de disimular.
En fin, he sido la protagonistas de muchos eventos desafortunados. Como estar jugando con una semilla, meterla en el oído y tener que llamar llorando a una de mis hermanas a las doce de la noche, la cual, por suerte mía, pudo sacarla con una pinza de depilar; salir con un chico y que mi pantalón se rompa de punta a punta en la zona de la cola y me deje a bombacha pelada; o la vez que fui a la escuela en bici, volví caminando y me percaté de su ausencia recién al otro día al llegar a la escuela y verla afuera. Cosas que hacen a mi personalidad y sin las cuales seguro sería un poco bastante más aburrida.

Semilla GALActica

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