domingo, 9 de agosto de 2015

El día que fuimos Claudia Schiffer y Naomi Campbell


Hay distintos grupos de amigos, los que llamas para cenar, con los que salís a tomar algo, bailar y si pinta chamuyas y amigos con los que te juntas pura y exclusivamente para deprimirte. Eso, deprimirnos, eso hacíamos con Eli. 
Primero sólo un viernes de vez en cuando, en los que nos juntábamos con la excusa de cocinar juntas. Algo que nunca pasaba porque siempre era una la que cocinaba mientras la otra hablaba. Pronto fue todos los viernes, como para hablar de la semana. Y al final ya nos veíamos los viernes, todos los viernes y también hubo semanas en que nos juntamos los martes.
Y sí, ahí estábamos. La de treinta y la de casi treinta, en charlas altamente ambiciosas, irracionales e impensadas como también monotemáticas. Nos negábamos a cambiar de tema, entonces siempre las charlas eran sobre hombres, nuestros hombres, que nos llevaba a las cuestiones del amor, por qué no nos quieren, el sexo, el buen sexo (que creíamos tener con ellos) para pasar por la familia y el por qué elegimos mal.
Me pregunto cómo podíamos, cómo lo hacíamos, horas y horas hablando de lo mismo con el mismo entusiasmo como si estuviéramos por descubrir la cura a una enfermedad. Pero sí, ahí estábamos, enredadas en una cuestión que por momentos creíamos tener resuelta, hasta que pum el cuerpo imprime acción y volvíamos a mandar un mensaje para volcarnos a lo más animal que todos tenemos, el deseo sexual. 
Fue un martes, las dos estábamos muy por el piso, y decidimos ir a la Plaza Borges. Como dos mujeres valientes, salimos de la cueva y afrontamos el mundo. Sentadas en la fuente de la plaza comiendo unos chipá postbajón, algo impensado nos paso. 
Hacia unos días había tenido ganas de ver a mi ex, entonces había mandado un mensaje que por supuesto fue respondido pero no como yo quería. Todo había arrancado el sábado, en donde con unas copas de más decidí mandar un whatsapp con un “Hola. Cómo estas?. Lejos de ser desatento, me contesto, tres horas después con un “Hola. Bien”. Ante tan cortante respuesta pude darme cuenta que mi ex, ya era ex–ex. Me había superado.
La angustia de la revelación me llevo a comerme una bolsa y media de chipa. Eli, trataba de escucharme y de vez en cuando dar su perspectiva. Pero nada me consolaba,  el chico que yo había dejado me había superado antes de que pudiera entender por qué le había cortado.
Fue esa tarde, con Eli, mis bolsas de chipá, mi buzo de polar rosa, mis pelos totalmente alterados por la humedad de Buenos Aires y en la que me sentía totalmente horrible,  cuando el morocho más lindo de toda la plaza cruzo por delante de nosotras e intercambiamos miradas. No era cualquier mirada, era de las intensas, de esas que generan pensamientos que queman.
Le pregunte a Eli si había visto eso, pero claro no estábamos muy racionales, entonces contesto que no. Nos levantamos de la fuente, con algo más de calorías en nuestros glúteos y abdomen y salimos caminando hacia Córdoba. Cuando estamos pasando por un local de venta de ropa para hombre, de esos que en Palermo están de moda, dos estereotipos de modelo masculino de Calvin Klein, nos dijeron “Hola hermosas”. Seguimos caminando derechas, como si fuéramos Claudia Schiffer y Noami Campbell en la pasarela de Valentino. Llegamos a la esquina, y Eli con una sonrisa tan grande como desorientada, casi que daba miedo, me dijo:
-Viste eso… estaban tremendos.
Lejos de acordarme de mi ex, que ahora era ex-ex, de su rechazo, de las calorías que había ingerido, de lo horrible que me sentía, de que no me peinaba en días, la mire y muy seria le dije:

-Si, tremendo. Al final… capaz que no somos tan feas. 

Semilla GALActica

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