Hay distintos grupos de amigos, los que llamas para cenar, con los
que salís a tomar algo, bailar y si pinta chamuyas y amigos con los que te
juntas pura y exclusivamente para deprimirte. Eso, deprimirnos, eso hacíamos
con Eli.
Primero sólo un viernes de vez en cuando, en los que nos
juntábamos con la excusa de cocinar juntas. Algo que nunca pasaba porque
siempre era una la que cocinaba mientras la otra hablaba. Pronto fue todos los
viernes, como para hablar de la semana. Y al final ya nos veíamos los viernes,
todos los viernes y también hubo semanas en que nos juntamos los martes.
Y sí, ahí estábamos. La de treinta y la de casi treinta, en
charlas altamente ambiciosas, irracionales e impensadas como también monotemáticas.
Nos negábamos a cambiar de tema, entonces siempre las charlas eran sobre
hombres, nuestros hombres, que nos llevaba a las cuestiones del amor, por
qué no nos quieren, el sexo, el buen sexo (que creíamos tener con ellos) para
pasar por la familia y el por qué elegimos mal.
Me pregunto cómo podíamos, cómo lo hacíamos, horas y horas
hablando de lo mismo con el mismo entusiasmo como si estuviéramos por descubrir
la cura a una enfermedad. Pero sí, ahí estábamos, enredadas en una cuestión que
por momentos creíamos tener resuelta, hasta que pum el cuerpo imprime acción y
volvíamos a mandar un mensaje para volcarnos a lo más animal que todos tenemos,
el deseo sexual.
Fue un martes, las dos estábamos muy por el piso, y decidimos ir a
la Plaza Borges. Como dos mujeres valientes, salimos de la cueva y afrontamos
el mundo. Sentadas en la fuente de la plaza comiendo unos chipá postbajón,
algo impensado nos paso.
Hacia unos días había tenido ganas de ver a mi ex, entonces había
mandado un mensaje que por supuesto fue respondido pero no como yo quería. Todo
había arrancado el sábado, en donde con unas copas de más decidí mandar un
whatsapp con un “Hola. Cómo estas?. Lejos de ser desatento, me contesto, tres
horas después con un “Hola. Bien”. Ante tan cortante respuesta pude darme
cuenta que mi ex, ya era ex–ex. Me había superado.
La angustia de la revelación me llevo a comerme una bolsa y media
de chipa. Eli, trataba de escucharme y de vez en cuando dar su perspectiva.
Pero nada me consolaba, el chico que yo había dejado me había superado
antes de que pudiera entender por qué le
había cortado.
Fue esa tarde, con Eli, mis bolsas de chipá, mi buzo de polar
rosa, mis pelos totalmente alterados por la humedad de Buenos Aires y en la que
me sentía totalmente horrible, cuando el
morocho más lindo de toda la plaza cruzo por delante de nosotras e
intercambiamos miradas. No era cualquier mirada, era de las intensas, de esas que
generan pensamientos que queman.
Le pregunte a Eli si había visto eso, pero claro no estábamos muy
racionales, entonces contesto que no. Nos levantamos de la fuente, con algo más
de calorías en nuestros glúteos y abdomen y salimos caminando hacia Córdoba. Cuando
estamos pasando por un local de venta de ropa para hombre, de esos
que en Palermo están de moda, dos estereotipos de modelo masculino de Calvin
Klein, nos dijeron “Hola hermosas”. Seguimos caminando derechas, como si fuéramos Claudia Schiffer y Noami Campbell en la pasarela de Valentino. Llegamos
a la esquina, y Eli con una sonrisa tan grande como desorientada, casi que daba
miedo, me dijo:
-Viste eso… estaban tremendos.
Lejos de acordarme de mi ex, que ahora era ex-ex, de su rechazo,
de las calorías que había ingerido, de lo horrible que me sentía, de que no me peinaba en días, la mire y muy seria le dije:
-Si, tremendo. Al final… capaz que no somos tan feas.
Semilla GALActica
Semilla GALActica
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