Decido salir del departamento para acortar el domingo.
Hasta ese momento el día había sido poco productivo: el reloj sonó a las 10 y
me levanté sin muchas expectativas. Preparé el desayuno con galletas de arroz y
té verde (he decidido limpiar mi organismo para recibir purificada mis 27).
Busqué el diario que leí mientras desayunaba y luego ordené la habitación.
Mi amiga, alma de Sarmiento, avisó que ya estaba en la
biblioteca estudiando. Cancan y vestido de por medio fui para allá. Crucé
corriendo Las Heras como si fuera la actriz de Desayuno en Tiffany. Finalmente
llego a encerrarme unas horas en el sexto piso. Estudié tres
horas hasta que decidí que era momento de ir a respirar el aire frío del
invierno.
Volví a casa, hice pis y salí hacia la muestra de
fotoperiodismo en el Palais de Glace. Fui caminando por el costado del cementerio de la
Recoleta para pasar por los bares y mirar algunos chicos. Corro para cruzar
hacia Posadas cuando al mirar, hacia una gran cadena de heladerías, veo al
rockstar argentino con más ex novias hermosas que puede existir en el
país.
Sí, era él: flaco con rulos, hermoso. Era Fito. El amado y
querido Rodolfo Páez como un mortal más, (aunque claro, él supo componer Ciudad
de Pobres Corazones y Fue Amor) tomando un helado. Lejos de caerse
la imagen de artista de rock que tenía en mi cabeza, me quedé parada detrás de
la ventana sin poder moverme. No era el primer famoso que cruzaba, ya había
visto a los Velvet Revolver en el 2007 en el mismo lugar. Pero esto fue distinto.
Fito Páez es el tipo que le supo poner música, letras y canciones a mis estados
emocionales. Creo que si alguien me hablaba en ese momento no hubiera tenido
voz para contestar.
Me acuerdo la emoción de cuando fui a su primer recital
(estaba con mi ex). Cuando subió Charly, que era su músico invitado, sentí una
mezcla de emoción, alegría y congoja en la garganta. Lo mismo me pasó cuando
fui al último recital de Los Piojos, con García en el Colón y en mi primer show
de Divididos.
Ante semejante escena mi cuerpo quedó inmóvil mirándolo:
era hermoso, simpático, sonriendo con sus rulos. Hasta que miró por el
vidrio.
Como una niña que desea el helado que estaba
comiendo, comencé a mover la mano en un gesto de hola. Con
una sonrisa saludó detrás del vidrio. Giré
y seguí caminando en línea recta.
Entré conmocionada a la muestra. Había visto a Fito
Páez y no había sido capaz de entrar a saludarlo.
Pensé que era una tarada,
que debería haberme sacado una foto o haberle preguntado si Fue
Amor había sido realmente escrita para Fabiana Cantilo. O qué gusto de
helado estaba comiendo. Podría haber dicho muchas cosas pero no dije
ninguna.
Miré la muestra. Recorrí lentamente cada fotografía
tratando de evaluar cuál era la mejor para mí hasta que finalmente me fui. No
sabía cuánto tiempo había estado ahí porque mi teléfono se había apagado. En
realidad, mi teléfono nunca funciona: su pantalla está partida y su batería no
dura más de 20 minutos si no tiene un enchufe cerca. Esto permite que
últimamente viva mi propio tiempo y no el socialmente establecido o el que dice
la radio. Pero todo esto me impide que, si me cruzo con alguien interesante,
pueda sacarme una foto.
Lejos de perder cualquier tipo de esperanza realicé el
mismo recorrido en búsqueda de alguna señal de mi cantante perdido El tiempo
había pasado y él ya no estaba en la heladería. Eso no me angustió, al menos lo
ví. Me queda la anécdota.
Así es Buenos Aires: la ciudad de pobres corazones que
siempre te sorprende regalándote un salto de plan.
Semilla GALActica
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