lunes, 17 de agosto de 2015

Un helado y un amor


Decido salir del departamento para acortar el domingo. Hasta ese momento el día había sido poco productivo: el reloj sonó a las 10 y me levanté sin muchas expectativas. Preparé el desayuno con galletas de arroz y té verde (he decidido limpiar mi organismo para recibir purificada mis 27). Busqué el diario que leí mientras desayunaba y luego ordené la habitación.
Mi amiga, alma de Sarmiento, avisó que ya estaba en la biblioteca estudiando. Cancan y vestido de por medio fui para allá. Crucé corriendo Las Heras como si fuera la actriz de Desayuno en Tiffany.  Finalmente llego a encerrarme unas horas en el sexto piso. Estudié tres horas hasta que decidí que era momento de ir a respirar el aire frío del invierno. 
Volví a casa, hice pis y salí hacia la muestra de fotoperiodismo en el Palais de Glace. Fui caminando por el costado del cementerio de la Recoleta para pasar por los bares y mirar algunos chicos. Corro para cruzar hacia Posadas cuando al mirar, hacia una gran cadena de heladerías, veo al rockstar argentino con más ex novias hermosas que puede existir en el país.
Sí, era él: flaco con rulos, hermoso. Era Fito. El amado y querido Rodolfo Páez como un mortal más, (aunque claro, él supo componer Ciudad de Pobres Corazones y Fue Amor) tomando un helado. Lejos de caerse la imagen de artista de rock que tenía en mi cabeza, me quedé parada detrás de la ventana sin poder moverme. No era el primer famoso que cruzaba, ya había visto a los Velvet Revolver en el 2007 en el mismo lugar. Pero esto fue distinto. Fito Páez es el tipo que le supo poner música, letras y canciones a mis estados emocionales. Creo que si alguien me hablaba en ese momento no hubiera tenido voz para contestar. 
Me acuerdo la emoción de cuando fui a su primer recital (estaba con mi ex). Cuando subió Charly, que era su músico invitado, sentí una mezcla de emoción, alegría y congoja en la garganta. Lo mismo me pasó cuando fui al último recital de Los Piojos, con García en el Colón y en mi primer show de Divididos. 
Ante semejante escena mi cuerpo quedó inmóvil mirándolo: era hermoso, simpático, sonriendo con sus rulos. Hasta que miró por el vidrio.
Como una niña que desea el helado que estaba comiendo, comencé a mover la mano en un gesto de hola. Con una sonrisa saludó detrás del vidrio. Giré y seguí caminando en línea recta. 
Entré conmocionada a la muestra. Había visto a Fito Páez y no había sido capaz de entrar a saludarlo. 
Pensé que era una tarada, que debería haberme sacado una foto o haberle preguntado si Fue Amor había sido realmente escrita para Fabiana Cantilo. O qué gusto de helado estaba comiendo. Podría haber dicho muchas cosas pero no dije ninguna. 
Miré la muestra. Recorrí lentamente cada fotografía tratando de evaluar cuál era la mejor para mí hasta que finalmente me fui. No sabía cuánto tiempo había estado ahí porque mi teléfono se había apagado. En realidad, mi teléfono nunca funciona: su pantalla está partida y su batería no dura más de 20 minutos si no tiene un enchufe cerca. Esto permite que últimamente viva mi propio tiempo y no el socialmente establecido o el que dice la radio. Pero todo esto me impide que, si me cruzo con alguien interesante, pueda sacarme una foto.
Lejos de perder cualquier tipo de esperanza realicé el mismo recorrido en búsqueda de alguna señal de mi cantante perdido El tiempo había pasado y él ya no estaba en la heladería. Eso no me angustió, al menos lo ví. Me queda la anécdota.
Así es Buenos Aires: la ciudad de pobres corazones que siempre te sorprende regalándote un salto de plan.


Semilla GALActica








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