Puedo recordar todo. Cada momento, cada mirada, cada charla, cada cigarrillo. Me dijiste que amabas sin estrategias y te creí.
La primera vez que te vi fue una de las pocas donde estabas sobrio. Te miré hasta que te fuiste. Mis amigos me decían que no me convenías, rozabas una especie de locura alucinante pero peligrosa. No escuché. Para mí, sólo estabas en un estado de elevación irreal para este mundo, de ese que no todos comprenden.
La primera charla fue inocente. Me invitaste a cenar aunque sabías que estaba a kilómetros de distancia. Pasaron semanas hasta que me fuiste a buscar. Me dijiste que estabas afuera y sin miedo te fui a encontrar. Tenía una sola certeza: algo extrañamente diferente iba a pasarme. Ahí estaban vos, tus rulos y tu perfume.
Me mostraste tu primer imagen. No tardarías hasta que me demuestres, con algo de cariño y confianza, tu verdad.
Recuerdo como te mirabas en el espejo mientras me explicabas la importancia de mirarse uno mismo a los ojos porque ahí estaba la verdad. Fue en ese momento donde supe que te quería. Te pregunté si te habías enamorado, señalaste que aún no lo habías sentido. Confundida volví a mirarte y con pena pregunté: “¿cómo sabes cuándo estás enamorado?” Esbozaste una sonrisa y me dijiste: “no sé... supongo que es cuando todo se vuelve irracional”.
Alguna vez te dije que elegía mal y lejos de quedarte callado contestaste que ninguna decisión es mala siempre y cuando no te determine. A veces dudaba pero al verte sabía que estaba donde quería. Fuiste como una revelación, como la mano que desempaña el vidrio en el invierno y te muestra al camino. No sabía que esa intensidad iba a durar tanto.
Pasaron otras musas por tu vida, aunque siempre por algo nos volvíamos a encontrar o a buscar. Decías que te gustaba tenerme en tu cama. Nada era normal. Sin embargo te quería.
Me acompañaste en noches oscuras y sin saberlo fuiste la mano que me sostenía. Era tuya aunque nunca hice nada para que lo sepas. Hoy, supongo, que, tal vez, te pasaba lo mismo.
Me dijiste que estaba en un patio de cemento y que ya habías experimentado eso. Tu certeza estuvo en irte a tiempo, yo, sin embargo, intentaba ser lo que esperaban. Suponías que no estaba loca, que estaba en una búsqueda y que el camino por el que iba era el correcto.
Tomábamos vino y señalamos en tu globo terráqueo los lugares en los que iniciaremos una revolución. Querías empezar por china mientras a mi me excitaba África o la India. Decías que China tenía soldados pero lo cierto era que ninguno sabía nada de conquistas, a gatas podíamos con nuestras insignificantes existencias.
Me abrazaste y como niño me dijiste que por favor no me fuera. Te pregunté si realmente querías que te conozca. No pudiste responder.
Ahí entendí que eras un amante de la vida, la libertad y del viento. No me quedé, partí, sabiendo que simplemente no era nuestro momento. Sin embargo, aún recuerdo tu último mensaje: "no pidas perdón. Disfrutá de la vida sin pedir ni permiso ni perdón."
Semilla GALActica
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