miércoles, 30 de marzo de 2016

Ramón




Para Magalí que me animo a tener un perro


"Me es difícil describir a Rita. Podría conformarme con decir que es mayormente de color negro, y que tiene un collar blanco en el cuello. Pero describir a Rita me parece improductivo. Rita no está en el lenguaje, toda descripción suya fracasa si no la vemos en vivo."
Rita, Fabián Casas


Desde hace mucho tiempo me sentía preparada para tener una mascota pero por cuestiones de tiempo o por miedo a la responsabilidad no lo había concretado. Hasta que llegó navidad y una pequeña mezcla de oveja con canguro perro se introdujo en mi vida. Así apareció él y las palabras con las que me lo entregaron fueron: no sé si te va a cuidar pero ya no vas a estar sola aunque sabes que nunca lo estuviste. De ahí en más fuimos dos: Ramón, mi caniche toy, y yo.
Tener un perro te hace cambiar los hábitos a la vez que te vuelve una persona más sociable. Desde que vivo con Ramón me veo obligada a ir todas las mañanas, y todas las tardes, al parque. Debo decir que no es algo de lo que me queje sino que más bien me gusta. Esto se ha acrecentado desde que me di cuenta que mi caniche es una puerta de acceso a gente nueva. Cada salida conocemos a otros que, como nosotros, son dos en el parque.
Siempre, al salir, en menos de una cuadra uno o dos gerontes nos paran y comienzan a tocarlo. Me he dado cuenta que a mi cachorro lo alteran las señoras grandes, no le pasa lo mismo con los hombres. No sé si es algo en el tono de voz o los perfumes excesivamente fuertes que las señoras de Recoleta usan pero él las odia. 
Si bien, mi nuevo amigo canino me expone a otras situaciones no tan agradables como levantar sus desechos del suelo o tener que correrlo a los gritos por todo el parque (cuando en realidad siempre estuvo parado al lado mío), también está todo lo lindo. Lo principal es su alegría cuando entro a casa, él se alegra al solo momento de escuchar el ascensor. 
En cuanto vuelvo tengo extensas demostraciones de afecto que terminan con mis piernas rayadas por sus uñitas, mordeduras en los pies porque tiene un cierto amor por esa parte de mi cuerpo, la comprobación de que ahora mis corpiños ya no están en la ropa sucia sino en su cucha medios despedazados y alguna que otra caca fuera del diario. 
El personaje principal de “También esto pasará”, Blanca, señala que los perros se parecen a sus dueños y Ramón tiene muchas cosas mías, tiene los mismos gustos que yo: ama el mango, le encanta la manzana y tolera el kiwi. Disfruta de las caricias del niño de cabellos rubios (el mismo que le mostró que en el parque se puede estar sin correa), la versión recoletanea de Foucault, quien tan amablemente le enseñó lo rico que es el helado.
En fin, Ramón me ha sometido a largas jornadas de desinfección de mis pisos pero me ha permitido sumergirme en un mar de experiencias. Él es mi nueva compañía, el mismo que se altera cuando estoy nerviosa, el que pide de mi comida, quien me hace mimos cuando llegó, el que se asusta si se nos acerca alguien cuando es de noche. Él es lo más parecido a mi por estos días y con el que me siento realmente cómoda. Ojalá muchos más, como yo, se animen a tener un perro como el mio, porque después de todo ellos solo dan amor y no piden nada.

Semilla GALActica

martes, 8 de marzo de 2016

Verano + amigos= birra al aire libre



(Al lector: Ubicarse mentalmente en uno de esos primeros días, pegajosos, de Febrero)

Un amigo me dijo que mi última entrada había sido desesperanzadora y terminaba con un corazón roto. Tal vez lo era, pero tenemos que saber que las cosas no tan lindas también son parte de la vida.
A pesar de eso, hay otros momentos, instantes que solo queremos que se prolonguen y duren eternamente. Es  por eso, por esos instantes, que hoy decidí escribir sobre la amistad. La amistad y el verano (creo que esto último es porque afuera hace 40 grados).
Por los amigos que viajan kilómetros para vernos, los que nos llaman a cualquier hora para saber si estamos bien, los que te abren las puertas de sus casas cuando no tenes donde ir, los que te integran a sus familias, los que hacen 48 horas seguidas de guardia y aun así se hacen tiempo para verte, los que secan tus lagrimas, los amigos que actúan como padres y te retan, por ejemplo, cuando no cambias la cerradura o abrís sin preguntar quién es. En fin, amigos que siempre están y por los que uno también hace cosas.
Este viernes caluroso después de una jornada larga de trabajo, emociones y otras verduras recibo el mensaje esperanzador de una amiga donde se manifiesta un simple “¿Qué haces?”.  Inmediatamente contesté, casi sin meditar la respuesta: "Cerveza en plaza serrano" y como si estuviéramos conectadas, ella contestó: “Te iba a decir eso”.
Llegue a casa, me cambie y fui en búsqueda de mi grupo. El clima me sorprendió con lluvia en medio de trayecto. El lugar al que íbamos estaba cerrado ( o en realidad no éramos tan vip como para entrar). Como las chicas llegaron tarde me vi obligada a esperar, en Thames y Gorriti, algo más de veinte minutos debajo de un toldo porque el agua no paraba. Minutos más tarde mis compañeras aparecieron al rescate. El motivo del festejo era el cumple de una de ellas. La noche se prolongó entre caipirinhas y cervezas, nos olvidamos de la lluvia, el viento y el temporal que azotaba Buenos Aires.
Cuando llegue a casa tenía una veintena de mensajes: de mi madre, preguntado cómo me había tratado la lluvia y de las chicas avisando que habían llegado bien. Las mujeres tenemos ese instinto de madre que nos hace desparramar miles de mensajes después de una salida para asegurarnos que todas llegamos bien. Sin duda deberíamos de repreguntarnos el motivo de este comportamiento, pero este no es el momento.
Los días pasaron y  me encontraron  encerrada estudiando en la Biblioteca con una amiga, es época de finales y nos urge recibirnos. Nuevamente otra jornada calurosa con  el mensaje que invitaba a sumergirnos en una noche húmeda en la que ambas terminaríamos con panza de cerveza. Esta vez quien proponía el encuentro era nuestro amigo. Y aquí mi descubrimiento… Este verano he realizado varias visitas al lugar que ha salvado mis noches sin aire acondicionado. El espacio se llama Camping y es la combinación perfecta y hippie a la vez de buena música, alcohol barato, estrellas y la luna cuando sale (algo que garpa mucho en la ciudad). Entonces, no había más destino que este nuevo bar de recoleta.
El fin de la historia siempre suele ser el mismo... una con dolor de panza, otra media mareada del "calor” y el tercer amigo haciendo una revelación: "para amar debemos aceptar la libertad del otro". ¡Como si hacerlo sea igual igual de fácil que el decirlo en estado de ebriedad!.
Esas cosas hacen mágicas las noches de verano en este lugar. Los amigos te sorprenden y te rescatan en una ciudad que constantemente te invita a descubrirla con la seguridad de que no va haber mejor momento que este. Tal vez la ecuación perfecta, o al menos, la que me acerca a la felicidad en este momento sea:  Verano + amigos = birra al aire libre.

Semilla GALActica