martes, 23 de mayo de 2017

Volver



"(...) y cuando voy de a caballo
me parece que lo veo
seguir abajo el estribo
trote y trote por el tiempo".

Arranco mi día con una lista sobre el escritorio. Suelo hacer listas: de tareas, de reuniones, de cosas que debería comprar, del supermercado, de chicos que bese, o algo así. Pero esta lista es distinta. Es una lista que se viene escribiendo y reescribiendo en mi cabeza desde hace un tiempo o, tal vez, desde hace unos años, sólo que esta vez la pongo en papel.
Esta lista puede que determine, para bien o para mal,  los próximos años de mi vida. Ella tiene los motivos por los que debería quedarme y por los que debería irme.
¿Cómo fue que arranqué mi lista? Por una pérdida. La mayorías de las cosas, o en este caso de los posibles cambios, arrancan con una partida. Esta vez quien se fue de mi vida no fue un amor o un amigo en búsqueda de aventuras en nuevas tierras. Esta vez se fue el ser que más me acompañó en la adolescencia: mi perro Bruno.
Cuando tenía algo así como catorce años, él llegó a mi vida. Una amiga de mi hermana se lo regaló pero por algún motivo, Bruno, terminó viviendo conmigo y con mi mamá. No era mío pero las circunstancias hicieron que siempre lo sintiera así, mío.
La primera noche lo abracé y lo acosté en una caja de zapatos Marcel al costado de mi cama. Ese recuerdo siempre va a estar en mi cabeza. Era chiquito pero se notaba que iba a ser un perro fuerte. Desde ese momento empezamos a entablar una amistad profunda que sólo repitió con mi mamá. Bruno fue mi compañero. Salíamos a correr juntos, a caminar por el centro en donde más de una vez se perdió porque, en el fondo, siempre fue un espíritu libre y no le gustaban los collares o cadenas.
Bruno era un labrador amarillo, como ese de la película Marley (película que nunca pude terminar de mirar). Era conocido en mi barrio porque siempre le gustaba estar en la calle, odiaba el encierro y los límites. Nunca tuvo hijos y amaba meterse en la cocina.
Con Bruno pasamos muchas cosas y nuestra relación pasó por todos los estados. Cuando era adolescente y comencé con mis problemas alimenticios, él fue el primero en saberlo y por mucho tiempo fue el único testigo de mis prácticas destructivas hacia mi misma.
Luego me fui a estudiar y los veranos en los que volvía le contaba sobre mi nueva vida mientras estaba en la pileta. Era en esas tardes de olor a pasto mojado en la que lo bañaba varias veces. Mamá siempre decía que nadie más que yo podía bañarlo.
Fue en uno de esos veranos que casi me deja. Una tarde se escapó de mi casa y en algún jardín cercano comió veneno. Esa noche, mi ex novio y mi hermana, me ayudaron a salvarlo (LG, si estas leyendo esto, quiero que sepas que siempre te voy agradecer ese gesto).
Esas vacaciones me las pasé llevándolo a la veterinaria para que le inyectaran algo que hiciera que, de a poco, largara todo el veneno. Desde ahí empecé a ver que sus movimientos eran más lentos. Ya no podía correr o saltar como antes pero, sin embargo, seguía siendo un excelente compañero.
Años después le apareció un cáncer, el veterinario supuso que fue consecuencia de aquel veneno. Sin embargo, y a pesar de los pronósticos,  fue operado y de a poco se recuperó nuevamente.
Este último fin de semana volví a mi casa y, como si él me habría estado esperando todo este tiempo, nos acariciamos por última vez. El domingo a la noche, cuando volví a Buenos Aires, una de mis hermanas me avisaba que Bruno se había ido.
No puedo evitar escribir, recordar tu mirada, y llorar. La profundidad de mi alma no la conoce absolutamente nadie, pero vos la veías. Vos sabías de mis miedos, de mis inseguridades y de todos mis demonios. Me queda el recuerdo de papá, casi tan viejo como vos, llevándote a duras penas en sus brazos y diciendo: todos vamos a llegar. Esa imagen fue para mi el retrato del paso del tiempo para vos y para mi papá. Sé que ellos te van a extrañar más que yo.
Cuando te presenté a Ramón, el perro que tengo en Buenos Aires, no te gustó mucho verlo por allá, pero ya estabas tan viejo y cansado que no ladraste o peleaste como lo habrías hecho en otro momento, o,  tal vez, sabías que la vida es muy corta como para perderla con celos.
Hoy me dí cuenta que mi lista tiene un fin más profundo: evitar perderme de algo más.

Comienzo a preguntarle a mis amigos como supieron que había que volver o qué les hizo volver. Es raro tener miedo de regresar al lugar de donde uno es... pero a veces es lo necesario.

Semilla GALActica



martes, 18 de abril de 2017

Historia de colectivo


Vuelvo caminando por Scalabrini desde “El Imaginario”. Salí con unas amigas a tomar algo y escuchar un poco de blues. Era una de esas noches en las que suelo necesitar olvidarme un poco de mi, de la rutina y hasta de mi existencia.
Me acompañan a tomar el colectivo mientras hablamos de las cosas que le compraríamos a nuestros hijos algún día, si es que llegan. Me despido con un chau rápido en cuanto veo las luces que dibujan un 110.
Me subo, le pido al colectivero que me marque hasta Las Heras y Pueyrredón. Camino hacia el fondo y me siento en el anteúltimo lugar. Apoyo mi cabeza en el vidrio y empiezo a escuchar. Escucho los ruidos del colectivo, de la calle y de los pasajeros.
La pareja que viaja detrás está hablando de cómo la mamá de ella escupía pibes al parir. Sí, así como lo escribo. Al sentir como el flamante novio de esa parejita que no veía pero que escuchaba e imaginaba como jóvenes, empezaba a reír, me reí con ellos. Les robaba un momento y me volvía parte de esas risas.
A mi costado viajaba un chico, era lindo, como de mi edad. Él iba con su celular aprendiendo alemán por medio de duolingo. Al reconocer el sonido de la aplicación no pude evitar recordar a alguien que ya no quiero recordar.
El pibe bajó cerca de Santa fe y me concentré en la chica que estaba delante mio. Era rubia, algo me gustaba. Me quedé contemplando su espalda hasta que se movió y pude ver su hombro y que leía Saramago. Si algo en ella me había interesado, con eso me atrapó.
Al llegar a Las Heras mi musa rubia bajó abrazada a "El viaje del elefante". Pude ver que era flaca, muy flaca, tanto que no pude evitar pensar que, si me le tiraba, la podía aplastar.
Y en ese momento, aparecieron ellos. Dos viejos en el primer asiento. Ella parecía más grande que él y como si alguna enfermedad mental se hubiera apoderado de su último suspiro de consciencia. Era un ella sin el recuerdo de ella misma, sin un pasado que recordar.
Llego a mi parada. Toco timbre, o eso creo, la verdad es que ya no me acuerdo. Sé que puse un pie en la calle y mi teléfono sonó. Era un mensaje que solía repetirse: No voy a ir, sos buena mina no cambies. ¿No cambies?, me pregunté. Claro que no voy a cambiar, soy esto y me encanta.
No me preocupé, como otras veces, sólo me pregunté: ¿me estás dejando?. No podía entender en qué momento habíamos estado o empezado algo como para darle el poder de dejarme.
Seguí caminando a mi casa. Ya no me pregunté por qué me dejaba, si es que lo estaba haciendo, porque me dí cuenta que mi intención es escribir, escribir a través de la experiencia, de los sentidos. Escribir desde lo que veo, siento o pienso.
En ese momento me dí cuenta que si quiero hacer de mi vida una escritura, tengo que tener historias para contar. Entonces... era eso, estaba teniendo un Satori, una revelación o simplemente tenía marihuana de más. Todas las posibilidades podían ser mi respuesta.  Decidí elegir, o "creer", que para escribir tengo que pasar por todo eso, lo que me gusta, lo que no me gusta, lo que me da placer y también lo que duele. Porque para escribir necesito de historias y de personajes.
Lejos de enojarme, me sentí aliviada. Era el momento de ser como una suerte de analista, correrme del lado de los sujetos y observarlos para contarlos, escribirlos y volverlos historias, mis historias o simplemente "poner en penitencia mi paciencia para no esperarte".


Semilla GALActica

viernes, 17 de marzo de 2017

En la espera del equinoccio




Primero quiero comenzar contando que mi entrada anterior fue una experiencia escribiendo ficción. Algunos les gusto y otros me hicieron saber que preferían leer mis historias. De todas maneras, lo voy a seguir haciendo porque nunca van a saber qué de todo lo que leen es ficción o realidad, mi realidad.
Como me dí cuenta que les gusta leer sobre cómo es la vida de una chica de veintipico, es decir, cómo se vive y experimenta la vida cuando estás haciendo lo que no deberías hacer, es que voy a volver a escribir sobre lo que me ha pasado este último tiempo:
1- Tengo compañera de piso: aprendí que soy menos ermitaña de lo que creía y todavía guardo el sentido del compartir.
2- Salí con un chico con el que nunca tuve sexo pero que en la tercera cita me presentó a sus padres: como experiencia de esta situación me dí cuenta de que las mujeres también estamos encerradas en ese estereotipo de macho. Macho es el que te coge, porque, si no lo hizo, seguro es un puto reprimido. Ahora intento pensar al hombre no sólo como alguien que tiene que darme su sexo (no siempre me sale bien, pero intento).
3- Deje de verme con el chico que me presentó a sus padres: creo que extraño a sus padres y la sensación que me regalaban de sentirme en casa.
4- Mi computadora se rompió: soy económicamente insolvente para comprar otra así que por el momento soy una suerte de Dalí sin pincel.
5- Fui ver a Trainspotting dos: la película no sólo me encantó por sus diálogos, fotografía y música sino también porque no pude dejar de pensar en la frase que Sick le dice a Renton: "Sos un turista de tu adolescencia". Pienso que todos, principalmente los que vivimos a kilómetros de nuestros lugares de origen, al volver somos un poco turistas de eso que fuimos.
6- Hablé con Clemente Cancela para su programa Gente Sexy y me gané una cena: aún no fui a buscar el voucher.
7- Aprendí que no importa si estás en tu casa, en otro país, si tenes 20, 30 o 50 años: siempre tenemos miedo a lo que nos pueda pasar si decidimos mal.
8- Una cañería de mi edificio se rompió y entrar al baño de mi casa era sinónimo a una lluvia "bendita" cayendo sobre mi cabeza.
9-  Fui a un bar en palermo a tomar algo en un plan totalmente inocente y terminé pasando vinilos con el Dj: ahora tengo una invitación todos los viernes para aprender y para pasar música. La sensación de escuchar Thriller sabiendo que yo estaba corriendo el disco fue inmensa. La noche terminó alrededor de las 5 am conmigo arriba de un auto camino a Mar del Plata. Como siempre: amo fuerte a mis amigas
10- Retomé mis días en bicicleta: en las primeras mañanas pasar por Corrientes y 9 de Julio me llenaba las piernas de adrenalina. Empezaba a pedalear con todas las fuerzas que sean necesarias para alcanzar a cruzar la avenida más ancha del mundo. Eso, que semanas atrás me asustaba, ahora me encanta.
11- Uno de mis amigos más cercanos se fue a Nueva York por trabajo: después de un tiempo volvió y no pude evitar llorar al escuchar, mientras comíamos una pizza, como me decía que se iba a Londres. Pienso si lloraba por qué mi amigo se va o por qué, nuevamente, soy la que se queda. Aún tengo que reflexionar esta parte.

12- Me preparo para celebrar el equinoccio de otoño: siento que la primavera ya se fue y eso me alegra. No me gusta el verano. Amo las largas caminatas por Buenos Aires en los días de frío. El sol se esconde y las hojas empiezan a desprenderse sin tristeza de su pérdida. Siempre voy admirar la capacidad de re-adaptación de la naturaleza. Algún día, tal vez, sea igual a ella y los cambios y las ausencias no me duelan tanto.

Semilla GALActica

lunes, 6 de febrero de 2017

La chica de la libreria


Era un día frío, de esos en los que el viento del invierno atraviesa cada una de las ropas que llevas puestas. Había salido de mi clase de alemán y decidí pasar por la librería de mi tutor de tesis. Ese lugar siempre me había regalado la sensación de hogar que muchas veces en mi casa no encontraba. Pasaba todos los jueves a conversar con Julio, era el momento en la semana en el que podía sumergirme en todos aquellos autores que siempre me habían interesado, leerlos, cuestionarlos y aprender junto a él.
Ese jueves como todos los demás, salí de mi clase y comencé a caminar por Callao, al llegar encontré a Julio acomodando los nuevos títulos que habían entrado ese día. Estaba atrás del local, en la sección de filosofía oriental.
Nos saludamos y al verme casi congelado me invitó a tomar un café. Hablamos de las novedades publicadas esa semana y como venía mi investigación. Se suponía que pasaba para preguntarle las dudas que tenía en mi tesis, pero la verdad es que iba porque me gustaba su compañía y su paraíso.
Estaba leyendo cuando sentí el ruido de la puerta abrirse. No miré, la verdad es que nada me interesaba más que el autor que tenía en ese momento en mis manos.
Escuché como una voz de mujer pedía un autor francés y como un perfume de vainilla se apropiaba de todo el espacio. Sin embargo, eso no permitió que me distraiga de mi lectura. Julio salió del mostrador y se fue a buscar el libro que le habían pedido.
Para llegar hasta el ejemplar que estaba a punto de vender, mi tutor tenía que pasar por donde me había acomodado con mi café y mi libro. Fue entonces cuando me vi obligado a pararme y darle paso.
Ahí la vi por primera vez. Tenía la nariz roja por el frío, llevaba un saco negro y un gorro de lana con un pompón que hacía que su cara se vea entre tierna y rea a la vez. Julio volvió con el libro que le había pedido entre sus manos, preguntando si necesitaba algo más.
Tenía que hacer algo que le hiciera notar a ella mi presencia, si el pelotudo que había estado metido dentro de un libro de filosofía buscando la forma de ser el superhombre ahora quería dejar de ser invisible. Quería que esos ojos me reconozcan, que me miren, que me hable. Pero ella solo me dió la espalda y se dispuso a pagar.
No había tiempo, esa extraña mujer pronto se iría y probablemente nunca más la volvería a cruzar, tenía que lograr algo inteligente que me permitiera tener su atención. No podía hacer nada estúpido porque después de todo ella estaba comprando uno de los autores franceses más reconocidos de la sociología.
Pase por detrás de ella y dejé el libro que casi me hace perder el momento del encuentro. Lo mire a Julio que ya se había dado cuenta que algo ahí pasaba y comencé a decirle una frase del libro que ahora dejaba. Recuerdo que era una descripción de las calles de Viena en tiempo de carnavales. Julio se rió y me sugirió que leyera a Bajtin. Y en ese momento ella sin siquiera mirarme me habló por primera vez.
Me comentó, o en realidad le comentó a Julio, la concepción de lo grotesco y del carnaval que realiza Bajtin en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento y no pude evitar enamorarme por primera vez. Sé que estas cosas no le deberían de pasar a un filósofo, menos uno especializado en Nietzche, pero estaba experimentando eso que el sentido común llama amor a primera vista.
Nuevamente me vi en la urgencia de conseguir que me mire, que me hable a mi y no a mi tutor. Entonces me acerqué al mostrador y le conté que estaba investigando sobre Nietzche, el juego de la risa y la danza. Fue en ese momento que se volvió hacia mí y con un gesto más frío que el invierno que me esperaba afuera me escribió su mail.
Desde hace tres días me pregunto si escribirle es una buena idea o si simplemente debería de quedarme con el recuerdo de esa chica misteriosa que conocí un día en la librería.

Semilla GALActica

domingo, 8 de enero de 2017

Las dudas del irse...

Estas a punto de hacer lo que querías desde hace más de un año. Irte. Sin embargo el miedo y la incertidumbre de no saber todo lo que puede implicar te paralizan.
Empezas a despedirte de la gente que viste todos los días en los últimos seis años de tu vida. Estas ahí, haciendo lo que querías pero sin embargo la puta tristeza no deja de aparecer.
El ultimo año tuvo incontables tras pieses:  dos amigas que se fueron, dos robos, infinitas llegadas tardes, incontables noches de ingesta de alcohol, largas horas frente a netflix, un perro que crece, un amor que me dejo y un laburo al que renuncio (algo con lo que siempre había soñado pero ahora dudo).
Fue el año que más cosas logre y que más puntos finales puse: Me gradué, viaje a montón de lugares y termine una relación laboral de años. Concluir cosas de muchos años y la duda de lo que vendrá parece que es lo que me dejó el 2016.
Es raro tener miedo a los veintiocho años por cambiar de trabajo, nunca pensé que iba a estar preocupada por esto. Pero la idea de cagarla me preocupa. Siempre creí que esos miedos laborales aparecían a los cuarenta pero hoy me doy cuenta que los miedos a la inestabilidad económica no tienen edad, en todo caso es más cuestión de condiciones sociales o de en qué parte de la pirámide te encuentres.
Hoy, después de seis primaveras me aventuro a algo nuevo.
En mi escritorio queda una botella rosa del real Madrid que compre en Barcelona con Luis y un telegrama que cristaliza mi renuncia. La oficina es musicalizada con I'm not in love... un disco que siempre escucho cuando me subo a un avión o me voy sin destino.
Mi torre preferida no se ve por las nubes, pienso que la voy a extrañar, al igual que muchos amigos que dejo acá o los jueves de pizza o los chipa del paraguayo.
Ya no estoy porque me fui... me llevo lo que me dijo la última persona que despedí: cuando se cierra una puerta se abre un portón.

Semilla GALActica