sábado, 17 de septiembre de 2016

Sr y Sra...



Suelo tener gestos extremadamente narcisistas. Con esto quiero decir que soy el tipo de chica que se junta con sus amigas y está los primeros quince minutos de la reunión hablando de lo que sólo a ella le pasó y de cómo se siente, hasta que, luego de unos minutos de reunidos, comienza a preguntarle al resto qué tal estuvo su semana. También soy el tipo de minita que necesita reconfirmar constantemente que el chico con el que sale está pensando en ella (o lo hizo en algún momento del día). Pero en un ejercicio de dejar de lado mis peores vicios es que hoy decidí escribir sobre el casamiento de mi amiga.
Espero que ella no se enoje por esto pero me desperté con la necesidad de hacerlo. Primero debería de contar cómo la conocí, aunque, en realidad, la conocí cuando ya la conocía. Suena raro pero fue así.
Era el año 2011 (creo), sabía que en mi trabajo había comenzado una chica que también estudiaba comunicación como yo pero aún no la había visto. Un día, por algún motivo, cambié mi horario de trabajo y nos cruzamos. Ahí la ví por primera vez. Me contó que había dejado comu ese año y estaba estudiando fotografía. Seguimos conversando y después nos dimos cuenta que habíamos cursado juntas semio I en el 2009. Hoy pienso que, tal vez, por lo complicada que nos había sido esa materia nunca habíamos tenido el tiempo, en todo un año, de percatamos de la existencia de la otra, o simplemente ese no era el momento de conocernos. Luego no sé cómo seguimos, a veces mi cabeza tiene lagunas. Acá ella seguro podría llenar el vacío e incluso me remarcaría, como siempre, que el año que nos conocimos me invitó a su cumple y no fui anegando tener que estudiar. Lo importante es que de a poco nos hicimos más amigas.  
Ahora, que ya saben como nos conocimos, necesito que tengan la imagen de como es ella. Ella es hermosa, fanática de los maquillajes, la fotografía y los libros. Extremadamente amante de los perros y los esmaltes. Sí, ella es del tipo de amigas que cuando visitas saca inmensas cajas con esmaltes para que todas nos pintemos. Suele ser común que al irnos nos llevemos, a modo de souvenir, alguno de los colores que más nos gustó y que ella ya no usa o tal vez nunca usó. Es fiel defensora de los animales pero principalmente de los perros a los cuales es capaz de proteger hasta con su propia vida (y no exagero). Es amante de los detalles, cumpleaños, día del amigo, navidad, en fin, cualquier fecha especial ella lo recuerda.
Hace ya unos años se cruzó con el que hoy es su compañero. De él les puedo decir que es hincha fanático de Racing, de los Simpson, los Redondos y el periodismo deportivo. Es excelente imitador y si hay cena de pareja él es el encargado de hacernos reír a todos.
Les podría contar cómo se conocieron, pero eso me lo guardo para cuando ellos tengan hijos. Pienso que, como buena tía postiza, les voy a contar con mis propios detalles como sus papás se conocieron. Pero lo que sí les puedo contar es que al verlos puedo notar como el amor se percibe en la mirada. Ellos no sólo son compañeros, novios y ahora esposos, también son cómplices. Comparten esa picardía mutua de mirarse y saber lo que el otro está queriendo decir sin necesidad de hablarlo, son de esas parejas que constantemente están teniendo chistes entre ellos pero con los cuales el resto también se ríe.
En estos años los he visto crecer como pareja, han criado (o más bien malcriado) a Homero. Han sabido sostenerse en momentos tristes y también celebrar los buenos.
Del casamiento les puedo decir que tuvo la esencia de los dos en todos lados. Banderines, al estilo hippie chic, decoraban el salón y el patio. Las fresias, que eran las flores preferidas de la abuela de mi amiga, regalaban su color y perfumaban el lugar. La entrada la hicieron al ritmo de los Foo Figther y la torta la cortaron con Florence the Machine de fondo.
Todo fue más que hermoso. Emotivo y sencillo. Puedo olvidar muchas cosas pero siempre voy a recordar el día que mientras comía, mi amiga me contaba que se casaba. Hoy hace un poco más de un año de ese día que entre lágrimas le decía lo feliz que me ponía.
Y si, un papel no cambia nada cuando el compromiso es real. Para ellos es mi entrada, para dos compañeros que ayer dieron el sí legalmente, pero ya lo habían hecho hace mucho tiempo. Como su mamá dijo en el civil: son dos buenas personas y siempre nos van a tener para que los acompañemos en lo que necesiten.

                   …y fueron felices y comieron hamburguesas veganas.



Semilla GALActica

lunes, 12 de septiembre de 2016

Banquinas Mentales


Esta semana matando mi tiempo en una red social me topé con una publicación de un amigo, en donde se preguntaba “¿qué pasa con los hombres?”. No sólo me llamó la atención que quien hiciera esa pregunta era, justamente, un hombre, sino, además, que la mayoría de quienes respondieron eran mujeres. Todo parecía planteado al revés.
La publicación no pasó desapercibida porque quedó en mi cabeza por varios días. Incluso llegué a buscar el post para leer los nuevos comentarios a los que, claro, no me animé a sumar ninguno. Y cuando esto no sucedía, alguna ferviente defensora feminista aparecía en la web para comentar. Lo que hacía que en una suerte de circularidad 2.0 el estado de mi amigo  apareciera entre las novedades.
La pregunta volvió al cerrar la semana mientras escuchaba una entrevista a Spinetta. Antes de empezar a cantar él decía algo como que tenía una misión social, a lo que el periodista acotó - de manera poco inteligente- "luchar por la gente".  Spinetta, con esa carismática simpleza que lo definía, sonrió y se puso a cantar. Tal vez ese bello arte era a lo que él se refería como su misión.
Puede que el interrogante no sea qué pasa con los hombres, si no dónde están aquellos capaces de hablarle sinceramente a una mujer. Si hasta el propio Charly García le canta al corazón de una mujer en uno de sus míticos temas, ¿por qué el tipo común no se lo permite?. Por qué tarda en invitarla un vino o por qué no reconoce que lo invade el mismo miedo que esconde la posibilidad de ser rechazado.
Estuve leyendo mucho sobre dos personajes, Lou Solome y Simone de Beauvoir. La primera, una mujer inteligentemente peligrosa, como Freud una vez la describió. Este personaje, de bella complejidad, exploraba la libertad de una manera muy crìticada para su época. La segunda, aparece como una enseñanza de una amiga feminista. ¿Por qué hablo de ellas?, porque creo que fueron capaces de  ver al otro no como otredad, sino más bien como un igual. Al menos esa lectura personal me interesa más: el igualismo.
No creo saber qué les pasa a los hombres, pero sí sé que se han vuelto totalmente indecisos y algunos se enmascaran detrás de una insensibilidad difícil de sostener. ¿Será el miedo a una locura similar a la que sufrió Nietzche al ser rechazado por Lou Salome lo que los lleva a evitar el amor?, no lo creo.
Pero volviendo a nuestra época, podemos decir, tal vez, que ya no hay Ceratis o Spinettas, y que aquel que muestra un pizca de sentimentalidad y humanismo es tildado de "puto" por el resto de la manada masculina que lo acompaña.
Suelo enamorarme de estos personajes. No sé si es un patrón que me esfuerzo en repetir o simplemente me enamora la posibilidad de torcer sus habitus. Hoy quería escribir de esto, tal vez por mi insistencia a vivir en el amor o por mis experiencias frustradas o simplemente porque me encuentro en una banquina mental que me impide producir algo más atractivo para mi lector. Supongo que cualquiera de estas ideas puede ser posible, porque puede pensarse y materializarse en un blog.
Qué les pasa a los hombres... no lo sabremos, al menos por el momento y mientras sigan escondiendo emociones en emoticones que serán leídos en un sentido distinto al que han sido producido. Pero qué hacer si después de todo así es el sentido, una suerte de “horizonte de expectativas”.
Mientras tanto, tal vez, podamos invitar al “otro” a desnudar los sentidos e ir a explorar.  Si sufrir es una posibilidad, no siempre tiene que ser una realidad.


Semilla GALActica