Es martes, estoy en Pringles porque operaron de la vista a mamá. Me levanté y escuché de fondo la radio del pueblo que todos los días, religiosamente, escuchan mis padres para informarse.
Antes de decirme buen día, mamá me cuenta que murió Iorio. Se me estruja el corazón y siento tristeza. Siento la misma tristeza y desazón que sentiría si se muere un familiar o un conocido.
A Iorio no lo conozco pero lo vi una vez en Mandarine Park. Algo de la noticia me llevó a ese momento, tenía veinticinco años y era el primer recital de mi sobrino. Las entradas las había comprado como regalo de Navidad para él, era la primera vez que hacíamos algo así juntos. Recuerdo que hacía mucho calor, era diciembre, estábamos pegajosos y sedientos porque no teníamos plata para el agua pero estábamos ahí compartiendo un rato como cuando eramos chicos.
Llegamos temprano porque todo era campo y ni bien nos íbamos acercando me fui poniendo tensa. Para ese momento yo había ido a un montón de recitales, Metallica, AC/DC, entre otros, pero cuando estaba entrando sentí que los fans de Almafuerte eran distintos. Todos estaban con cuero negro, ropas que no se parecían a las nuestras que veníamos de un pueblo un poco asustados, todos eran mucho más grandes y fuertes que nosotros. En ese momento pensé cómo iba hacer para cuidar un adolescente flacucho con todos esos cuerpos que probablemente nos iban aplastar contra la valla en cuanto empezaran a tocar, porque claro intentamos ir bastante adelante, pero no podía mostrarle miedo a mi sobrino, yo tenía que cuidarlo.
La música empezó a sonar y como si los roles se invirtieran, mi sobrino me corrió junto a una pasarela y puso su brazo como para sostenerme por si no aguantaba el pogo. Los fans estallaron, saltaban, cantaban casi como si no importara el calor porteño de diciembre.
Andrés Calamaro lo despidió en sus redes escribiendo: “(...) Ricardo y su corazón de León… Heredero y señor del heavy y del folclore eléctrico, poeta del sur, destilado de Larralde y Facundo Cabral, estudioso, lector, argentino cabal y dulce persona”. Iorio era todo eso, era el tipo que se enojaba en alguna entrevista pero también era el tipo capaz de escribir sobre el campo y la pampa como lo hacían los de antes.
Iorio falleció en Coronel Suárez, una ciudad a noventa kilómetros de la mía, por problemas en su corazón. Hoy muchos lo van a recordar por su música, por su prosa o por alguna frase polémica, pero yo lo voy a recordar por ese momento que me regaló con mi sobrino.