viernes, 23 de diciembre de 2016

Descifrar el nuevo misterio


Es lunes, como todo inicio de la semana suele ser imperfecto. Llego quince minutos tarde a la oficina, la lluvia es intensa y parece que no va aflojar en el resto del día.
Entró con la cabeza gacha, no sólo por llegar tarde, sino porque el viernes salí con mis compañeros de trabajo y no pude evitar perderme en algunas copas de vino. Supongo que ellos hicieron lo mismo, pero es difícil disimular la vergüenza por las cosas dichas en aquel estado de inconsciencia alcohólica.
Escucho disco eterno y no puedo evitar replantearme lo mismo que todas las semanas: por qué carajo estoy donde no quiero estar. Mis compañeros hablan de fútbol, parece que mi equipo, San lorenzo, no viene bien. Intento que mi mente se pierda en la música, la misma que a veces me salva y otras tantas me entristece. Los diarios dicen que cayó un meteorito y esa parece que va a ser la noticia de la semana mientras no se informa de cómo nuestro actual presidente "busca" inversores.
Alguien me habla por el chat interno, a veces pienso que podrían escribirse grandes guiones con las historias que se traman por detrás de los chat de las empresas: conspiraciones, rumores, coqueteos, chismes y demás cosas que mi mente ya no puede imaginar.
El cielo esta bastante cerrado, pero no hace frío. Me duelen los ovarios o debería decir mi ovario. Queda una semana larga y este es el inicio.
Pereciera que hace una eternidad que estoy en mi escritorio pero son apenas las once del mediodía, la satisfacción de saber que pronto bajó a buscar comida me regala un aire de falsa libertad.
Llega la hora del almuerzo y voy a comprar, pasó por la dietética para tratar de conseguir unos caramelos de propoleo para alguien que sé que no los va a valorar, pero sin embargo lo hago. Tengo la inexplicable cualidad de insistir ahí donde sé que nada va a pasar.
Vuelvo, entro con la misma actitud con la que lo hice más temprano, y casi flotando me dirijo a mi escritorio. En casa me espera Clemente, un francés de unos veinticinco años, alto de ojos color miel. Desde el fin de semana estamos haciendo couchsurfing, todo ha sido bastante divertido y agradable, me enseñó algunas palabras y frases nuevas. Es bueno saber que cuando llego alguien está ahí para saber qué fue de mi día, pero el miércoles se va, sigue para Puerto Madryn. Tal vez es uno de esos personajes de paso que suelen cruzarse por mi vida y que luego terminan formando parte de alguna de mis historias. Él me dijo, después de conocer a mis amigos, que le era raro la diversidad de edad de mi grupo, pero que había encontrado un patrón común, todos éramos del interior y solteros. Supongo que de esta manera me hacía notar algo de lo que no me había dado cuenta, en el fondo todos éramos seres solitarios adaptados a un nuevo contexto.
Como una especie de respuesta a mis plegarias de que algo suceda, mi jefe me da la noticia de que voy a viajar la próxima semana. No puedo disimular la emoción de mi cara. El destino: Mendoza, tierra de montañas, vino y ríos.
No puedo evitar preguntarme por qué me eligió, tal vez es una forma de ponerme a prueba para posteriores desafíos, tal vez sea porque soy la más preparada y profesional para hacerlo o simplemente porque las otras personas no quieren viajar porque tienen familia y prefieren estar en Buenos Aires. Para esta versión de los sucesos vamos a tomar la segunda posibilidad, de todas maneras tampoco es importante porque no tenía mejor plan para mis próximos días, excepto el amargarme cuando reciba la nueva factura de luz, mirar alguna serie por netflix o tal vez leer la biografía de Anthony Kiedis que me pasaron.
Mientras intento descifrar el nuevo misterio, me propongo el juego de ser profesional, ir a otro lugar, conocer gente nueva y ver como el no plan se convierte en plan.


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