Desde hace algo así como una semana y tres días experimenté un efecto Transporting no buscado. En cierta forma, este estado llegó a mi vida como consecuencia de la mala acción de otro: me robaron el teléfono. Este tipo de sucesos es de lo más común en Buenos Aires y suele darse en zonas ya conocidas: Retiro, Microcentro, Once o transportes públicos.
El día se desarrollaba como cualquier otro feriado, sin ningún tipo de experiencias alucinantes, cuando decido amigarme con el exterior e ir a "estudiar". Para llegar más rápido a destino tomé el 41 a metros mi casa. En esta instancia debería hablar del tranquilo y mágico barrio de recoleta, pero eso sería quedarme inmersa en una suerte de ideología dominante del tipo "en Recoleta no roban" y no es algo que me interese por el momento.
Por algún motivo del tránsito o simplemente porque un pasajero decide bajar, el colectivo para en la estación de Once abriendo su puerta trasera. Borges señalaba la melancolía que le generaba recordar ciertos lugares y solía señalar esta zona. A diferencia del reconocido escritor no siento ningún sentimiento parecido al pensar en este lugar. Considero que, en el 2016, hay que ser bastante pillo para sobrevivir en esta plaza y que en todo caso aquellas cuadras pueden ser pensadas en el sentido de donde lo prohibido es una posibilidad: vendedores ambulantes, prostitución, robos, drogas, el dolor de Cromañón. Un lugar donde las energías no suelen estar del todo equilibradas. O simplemente, como pienso los días de semana cuando debo caminar por inmediaciones a la estación, una suerte de Bombay en medio del extremo sur de latinoamerica.
Lo real es que en ese pequeño instante es que me convertí en el huevo podrido, un oportunista me ve distraída, salta del exterior y me saca de las manos aquella pequeña prótesis blanca que estimulaba mis sentidos y por el cual pasaba mi vida social.
La reacción: “bueno a veces pasa” seguido de un llanto que me recordaba a otro suceso similar que tuve hace menos de dos meses. De ahí en más la abstinencia de vivir sin el pequeño dispositivo que me regalaba una falsa felicidad.
Estos días he sentido la sensación de estar en recuperación a una adicción: la tecnología. Por momentos tengo la necesidad similar a la del ex-fumador cuando necesita tener algo en sus manos, seguido de la certeza de que me estoy perdiendo algunas cosas. Me pregunto si estas cosas serán los chismes de los grupos de whatsapp, los videos de you tube camino al trabajo, los mensajitos que te salvan el fin de semana, la posibilidad de saber cómo está el clima afuera o simplemente todo de lo que soy parte sin presenciarlo. Una especie de cuerpo ausente pero a la vez presente, todo ese exterior del que era parte por el solo hecho de tener un smartphone y un par de aplicaciones.
Creo que lo que me afecta es el no poder ver todo siempre, la suerte de panóptico portátil que regalan los celulares y sus distintas apps para la cual la notebook o tabletas ya no sirven.
He reflexionado sobre algunos de estos temas y he superado los impulsos de ir corriendo a comprar un nuevo aparato. Debo decir que esto último se debe a la incapacidad de mi tarjeta de crédito para seguir comprando teléfonos. Tal vez, en última instancia la sobrederminación si está dada por lo económico.
Semilla GALActica
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